Me amputaron mi pierna derecha en Chillán Viejo. Como la operación se realizó en un hospital cristiano, ésta fue sepultada en el Cementerio de la ciudad. Allí concurrieron todos mis familiares y conocidos, incluso yo, en primera fila, para tan particular sepelio. Un curita ofició una misa de réquiem por mi pierna y hubo discursos y llanto, unas plañideras realizaron su luctuoso trabajo, con tal éxito , que quedaron contratadas para dos funerales consecutivos, uno, para una abuelita que estaba en las últimas y otro, para el Max, un perro labriego que ya se estaba despidiendo de este mundo, con sus apagados ladridos.
El asunto es que cuando me tocó leer mi discurso, no pude contener las lágrimas ante tan sensible pérdida. Dije, con voz entrecortada, que para mí era algo muy sensible, pero que también lo era para mi club deportivo, ya que se perdían a un puntero derecho de excepción. En efecto, todos los integrantes del Honor, Orgullo y Pasión F.C. concurrieron al sepelio, portando sendas coronas y lamentando el fatídico deceso. Atrás, quedaban unos cuantos goles olímpicos míos, varios chimbazos que terminaron en la red y, ¿por qué negarlo?, una cantidad enorme de desaciertos y disparos fallidos.
Me fue difícil, vivir sin mi pierna derecha. Yo, que siempre fui tan orgulloso, ahora debía sufrir la insidia atroz de que un tipo joven, quizás de la misma edad que yo, me cediera su asiento en el autobús, que una niña buenamoza, me tomase del brazo, no en son de conquista, sino para ayudarme a cruzar la calle. Además, siendo tan supersticioso como lo soy, todos los días debía levantarme con el pie izquierdo, hecho que me aterraba soberanamente.
Una vez al mes, concurro al cementerio para rezar por mi pierna amputada, lloro sobre su tumba y pido a Dios que la tenga en buen pie, en su santo reino. A veces, ella me pena y la siento muy posicionada junto a mi otra pierna, muevo los dedos, acaricio la rodilla y hasta peino con mis dedos su suave vellosidad. Pero no, es una ilusión, ella está allá, en Chillán Viejo, en una tumba cualquiera, sobre la que destaca un epitafio que dice: “No habrá muleta ni prótesis que me haga olvidar el profundo dolor de su pérdida”. Pero eso, hasta cierto punto es una falsedad. Mi pierna ortopédica, reemplaza dignamente a la otra y tiene ciertas ventajas sobre ella. En primer lugar, no necesito usar quita callos y tampoco, cortarme las uñas. Y en segundo lugar, no estoy expuesto a puntadas, dolores ni lesiones.
Sólo la nostalgia me abruma a veces y, entonces acudo renqueando a la tumba aquella, pensando si mi pierna amputada no sufrirá la misma melancolía, al haberle sido escindido yo...
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