Ocupo la tercera cama de esta habitación, de la UTI, unidad de tratamientos intensivos del hospital de Coquimbo. Las otras dos camas, son utilizadas por un par de geriátricas mujeres provenientes del interior de la región. La cuarta fue desocupada anoche, luego que una inmisericordiosa cirrosis devastara a una joven anciana de 34 años. La sala aun huele a muerte y los últimos, lentos y aletargados quejidos de vida de ese ser humano, parecen haber quedados estancados, vociferando desesperados desde los ángulos de cada esquina de esta sala de hospital, como tratando de decir todo eso que ya nunca mas podrá decir. Hoy se espera reemplazante.
Hoy una de las dos señoras restantes, tiene visita. Una mujer de mediana de edad, a la cual la anciana le comenta una y otra vez que la cruz del tercer milenio se ve desde la ventana sucia de esta sucia habitación.- Se ve tan bonita- repite casi con profesionalismo a esa mujer que no se cansa de escucharla. Yo miro, con cuidado, no quiero que mi asco sea descubierto. Puesto que esta misma paciente mujer que ahora acompaña a la anciana, denostó, con alevosía, al auxiliar que custodia los horarios de visita para esta parte del hospital.
Ese auxiliar se llama Nelson, Don Nelson. Lleva años en esto. Es funcionario público, y se le nota a leguas. Desde su calipso y desgastado delantal hasta en su monosilabico lenguaje.- no, si, de 2 a 3, son las reglas- desconozco si maneja más palabras que estas, puesto que en las últimas dos semanas, es lo único que lo he escuchado decir. Quiero creer que si, que sabe mas.
Don Nelson huele a hospital, a novocaína, a penicilina, a gritos, insultos y horas extras no remuneradas. Lleva tanto tiempo en esta institución, que parecen hasta compartir la personalidad. La forma de actuar de don Nelson, es la forma de actuar de este hospital, y las distintas habitaciones en el parecen reflejar, con una demoníaca presicion, los rasgos de carácter de Nelson, perdón, Don Nelson.
El don en cuestión, se mueve en silencio, es el único que se queda hasta después de su turno, para asegurarse de que las “chatas” estén en su lugar, limpias y que el olor a mierda, se desvanezca entre uno de sus trucos con los jabones desinfectantes. El sabe que las enfermeras no logran completar su labor por completo, y prefiere darse unos segundos mas, sabe cuanto trabajan sus compañeras. No habla, solo hace su trabajo, y se va. Ayer claro, fue la excepción.
La anciana de 34 años y su hígado descompuesto, llegaron pasada la media noche, tanto yo como mis compañeras de alcoba, despertamos de forma abrupta en espera de una explicación por los sueños a media asta y el silencio roto a esas alturas de la noche. Pero no había tiempo, los paramédicos se movilizaban con una inusual sagacidad, casi al ritmo de los gritos de la vetusta joven. Afuera, aullidos se desprendían de familiares con la incertidumbre colgando de sus cuellos, la falta de certeza de los respiros de esta añejada mujer, parecían convertirse en espinas en las gargantas de sus familiares, generando fisuras que parecen gemir desde las carnes mas vivas de la angustia. Don Nelson, miraba, con inhumana paz desparramándose sobre su rostro, en unos cuantos minutos mas abandona su puesto, baja las escaleras, toma un colectivo, san Juan - centro, 7 minutos y su cuerpo abandona el esfuerzo del día para lograr la tranquilidad absurda del sueño. Pero no. Se queda. Debe evitar que los familiares ingresen a este sector del hospital. Nuevas formas de insultos se vierten sobre el, siente el mal aliento de la hija del futuro y femenino cadáver, que insistía en su derecho a estar con su madre unos cuantos minutos antes de convertirse en polvo, nostalgia, en nada. Pero los gritos cesan, la joven anciana ahora esta lo suficientemente dopada como para evitar conectarse con el palpitar agonizante de su hígado. Los doctores y paramédicos, no malgastan esperanzas y dan su veredicto entre ellos, como espiando la culpa de no haber llegado a tiempo, se van y dejándola ahí, como un perro apaleado por el costado, al cual le es hasta un esfuerzo respirar. El medico de cabecera, cumple con el macabro protocolo hospitalario, hablan con la hija, entregan su sentencia lapidaria, se espera que en dos días más, sencilla y naturalmente, fallezca. Por ahora no pueden entrar, deben esperar hasta mañana. Su hija, en su condición de humana, ya no cuenta con paciencia, no desea esperar hasta mañana. Don Nelson, tampoco.
Ya habían transcurrido dos horas desde aquel incidente, mis compañeras de cuarto ya dormían, al igual que yo. Pero el olor a descomposición y este extraño sonido, me trajeron de vuelta al universo de los despiertos.- Tranquila, mire que todo va estar bien- una voz desgastada pero saturada de algo parecido a la ternura, se desprendía desde la cama que cargaba a la futura difunta.- A mi me sirve cantar, siempre que tengo pena me sirve cantar- acompañando esta escena, la mano de Don Nelson se deslizaba con un movimiento gentil, sobando la zona de la espalda que no lograba ser amortiguada por los sedantes. La madrugada y su secreto operar, un cuerpo a vísperas de cadáver, un auxiliar, el dolor, la gentileza, el olor a orines brindaron en este pantano, y en mi garganta, por la bondad resucitada, por el grito silencioso del socorro y de la humanidad salvada. Sin sacrificios y sin cruces. El hombre, por un minuto, se volvió hombre.
“Vamos saliendo por favor, el turnos de visita ha terminado”- anuncia Don Nelson-. La señora que hace un rato vilipendiaba a este auxiliar, vuelve al ataque, lo trata de inhumano, que le cuesta dejarla un par de minutos más ¿Acaso no tiene corazón, imbécil?- Decenas de insultos se dejan caer, desde las distintas habitaciones de este piso. “¡Idiota! ¡Aweonao! ¡Malo, ¡Que Te Cuesta Gil!”. El no dice nada, guarda silencio, está cansado, y aun quedan horas por cumplir. Sólo espera dejar todo limpio. En caso de que alguien ocupe nuevamente, la cama restante de esta parte del hospital |