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El secreto
La gente esperaba con ansiedad el momento de encontrarla. Tenerla enfrente para poder decirle todo, sin dejar de elogiar en lo profundo su actitud comprensiva y calmada, de escucha y apertura a los peores males, envidias, intrigas, enfermedades no declaradas, amores inconfesables, propósitos de fuga, y todo aquello que pesara tan hondamente como para merecer compartirlo con alguien y alivianar las cargas. Ella esperaba pacientemente, ni siquiera los llamaba, sabía que a determinadas horas iban a ir apareciendo de a uno, con ansiedad, lágrimas, ojos desviados en ambas direcciones como cuidando la aparición de algún indiscreto, y algo para decir, por imposible de retener. Parecía disponer de mucho tiempo, y dejaba todo si alguien se apersonaba. A veces simplemente escuchaba, y otras, daba algunas ecuánimes opiniones como para justificar accionares ajenos, y lograr así tal seducción que el deseo de volver fuese insostenible. De algún modo, todos necesitaban ese discurso consolador, y aunque los hechos declarados fuesen absolutamente imperdonables, ella tenía el don de redimirlos de una manera liviana y llevadera, como minimizando las situaciones, para lograr así óptimos resultados. Su mayor destreza consistía en dar el consejo apropiado, sin lugar a discusiones, con palabras purificadoras de todo mal. Por eso la gente se entregaba sin más y se iba liberada en gran parte de sus desdichas. Era fácil sucumbir al milagro de ese rostro angelical que podía perdonar a cambio de algunas informaciones. Durante el proceso era capaz de exigir detalles muy sutilmente, con un leve movimiento de las cejas, que iban hacia arriba como aguardando más precisiones. Un frunce de labios asentía acompasadamente la declaración, y el sostén permanente de la mirada avalaba una completa credibilidad. Cuanto más atroz era lo confiado, con mayor urgencia necesitaba retransmitirlo, por eso evitaba prolijamente mostrar ansiedad y esperaba pacientemente el final de la historia, mientras interiormente elegía un destinatario para el secreto. La clave era el sistema de circulación, ya que era imperioso que el nuevo receptor estuviera convenientemente alejado en tiempo y espacio con el emisor, ya que con absoluta celeridad ella correría a depositar su carga, y no podía afrontar la contrariedad de ser descubierta. Este modo de delación, amparado en la eficacia de sus estrategias, le dio resultados más que satisfactorios, porque la confianza en ella se mantuvo incólume. Sólo era cuestión de planificar las acciones detalladamente. Lo único inquietante era que la hostigaba un perpetuo insomnio, seguramente producto de su enorme necesidad de confiarle a alguien el más tremendo y único secreto: su absoluta y perpetua incapacidad de guardar ningún secreto.

Texto agregado el 04-06-2008, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
04-06-2008 jeje, ni ese tunece
 
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