Tanatorios
El último muerto que tuve el honor de saludar en el tanatorio me hizo comprender el auge del negocio. Se trataba del padre de una querida compañera de trabajo que había fallecido casi de repente por un ictus o alguna palabreja similar y esotérica. Mi compañera estaba afectada por una fibromialgia, algo, según tengo entendido, bastante fastidioso y que te impide andar a buen paso o a ritmo normal. De modo que cuando iba a celebrarse la misa del difunto ella tenía que apoyarse en mí y marchamos a cámara lenta por los tétricos pasillos de ese lugar. Para mi sorpresa comprobé que aquello, además de ser la última morada de cualquiera de nosotros, se había convertido, aun más, en un suculento lugar de exprimir al dolor. Cualquiera que haya tenido la desgracia de haber enterrado a un familiar ya sabe los costes del ataúd, de las coronas, de la estancia del cadáver tras los visillos que se abren y cierran a voluntad del visitante… Pero ahora descubría que la gama de productos se había ampliado: corbatas negras de quita y pon, chaquetas y hasta pantalones para aquellos familiares de otras provincias que hubiesen tenido que acudir al sepelio sin tiempo para hacer las maletas… camisas de diversos tonos y tallas, estatuillas representativas de todo tipo de santos, ángeles y arcángeles para colocar, posteriormente, sobre, bajo, o dentro de la tumba o nicho, o ser incineradas con el tránsfuga de este mundo.
Dado que por estos lares es costumbre beber algo de vino para que la mala suerte no se cierna sobre ti y seas el próximo en “caer”, el tanatorio había ampliado su bodega, de modo que ahora, en la cafetería, podías solicitar el caldo más refinado.
Pronto pondrán guarderías para dejar a los pequeñines mientras tú asistes, con recogimiento, a las palabras del sacerdote, contratado por el tanatorio, que siempre son las mismas, variando, tan solo el nombre de fallecido. ¿Y por qué no abrir, al principio discretamente, pizzerías, Burger Kings, tiendas de ropa interior y otros negocios? Se me ocurre, dado que estadísticamente los muertos cada vez son más ancianos y es de todos conocida la afición de las mujeres mayores (ellas nos sobreviven siempre) al Bingo, que anexar una de estas salas de juego no resultaría ser ninguna tontería.
En fin: adiós, padre de mi compañera, no sabes lo que te pierdes
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