1/ Amarás (…) a ti mismo
Magnífico. Extraordinario. Sorprendente. Excepcional —enuncia mientras se tumba de espaldas en la cama y enciende un cigarrillo. —Asombroso. Tremendo. Impresionante. Inigualable.
Una tímida mano acaricia sus cabellos e interrumpe el momento de exaltación. Gira, entonces, la cabeza y susurra con desgano: Claro, además, tú has estado bastante bien.
2/ Así fue
Mientras alimenta las llamas, que van ganando altura y vivacidad, descubre dos tímidos congéneres que lo espían desde unas rocas cercanas. En pocos momentos, un círculo de curiosos lo rodea, temerosos de invadir el espacio que ilumina el fuego. El personaje, apenas erguido, toma una rama, la acerca a la hoguera y, sin mayor esfuerzo, consigue una primitiva antorcha que exhibe con orgullo. En ese momento, en ese preciso momento, uno de los espectadores entrechoca sus manos, torpe y repetidamente. En pocos segundos, todos lo imitan. Y qué sucede, entonces, con el personaje? Un intenso brillo aviva los ojitos que asoman entre el pelambre, su pecho parece estallar, hasta se diría que ha logrado unos centímetros más de altura.
El Señor, siempre omnipresente, observa ese precioso instante con extrema atención y, sin dudar, escribe en su cuaderno de notas, ese que nunca nadie leerá: “El mono se ha hecho hombre”.
3/ El lado oscuro
Se ha puesto a llorar en un rincón del leprosario. La Madrecita, explican las monjas, derrama lágrimas por los cuerpos mutilados, los bebes raquíticos, las niñas embarazadas. Sin embargo, tú y yo sabemos de qué se trata: hoy, a Teresa nadie le agradeció por estar vivo; hoy, en Calcuta, ningún miserable le ha besado las manos. Sí, diosito, tú entiendes de estas cosas…
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