Todas las mañanas, al despertar, me invade la nostalgia por esa mujer que nunca podré ser y que sin embargo siento que es a la que estoy llamada.
La pena insolente me pregunta: ¿Por qué?
¿Por qué, qué?, le respondo aún sabiendo a que se refiere.
¿Por qué temes? ¿Por qué no luchar por salir? Y no me habla a mí, sino a esa mujer que me habita, que a pesar de estar como dormida, puja por salir. ¿Será tan distinta?... Quizás… si hubiese nacido en otro lugar, si hubiese leído todo lo que no he podido leer, si la inercia de mi cuerpo no me retrasara… quizás, a lo mejor, sería ella.
¿No te gustas?, sigue la pena inquiriendo, y esta vez me habla a mí.
¡Qué atrevida!, pero te voy a responder..., ¡Sí, me gusta lo que soy! Y esa es la contradicción: anhelo lo que no puedo ser pero amo lo que soy…
¿Entonces, para qué estoy?
Tal vez para desafiarme… para mostrarme todo lo que aún puedo ser.
¿Podrás?
¡No lo sé! Solo atisbo algo que quiere nacer.
¿Tienes miedo?
¡Claro!, temo morir…
¿No me estas hablando de nacer?
La mujer que soy teme morir ante la avalancha de vida por nacer.
Eres extraña… miras al mundo y lo condenas, te quedas en mí, te apartas, no te quieres comprometer y aún así dices tener tantas posibilidades de ser… ¿para qué?
Tienes razón, pero muchas veces he sentido que camino al revés… será por eso que no me atrevo a esa infinidad de mujeres que sé que puedo ser.
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