Qué necio es el varón que sólo mide el cuerpo sin entender la esencia de su espíritu, el alma racional, se decía, mientras ajeno a las visitas que colman la amplia sala, leía y releía las notas ya olvidadas de una agenda, capítulo de encuentros y amoríos, envueltos en las perdidas arenas de lejanos recuerdos, encuadrados en el marco de los goces. Indiferente a sus errores recordaba a aquella a quien un día llamó la grande, por su altura, por su pecho, por sus caderas, por sus finísimas manos. Nunca había olvidado, la mirada de sus ojos negros, negros con tintes de ciruela. Negros. Acaso demasiado impactantes, demoledores. Más aún que el donaire, la gracia, su impensable presencia tan hermosa, tan alta y agraciada. Igual como el buen vaso de vino que se ha de sorber con la cadencia lenta, despierta, contenida, “poco piu mosso “que llega irrepetible hasta el fragoso torrente de un fogoso y ardiente minuto desbordado. Y todavía, a un suspiro entrecortado que enloquece. Sus ojos, sus ojos tan negros, ofrenda de su egolatría como el ébano Ella era así, la recordaba así. Un escaso recuerdo que aún siendo muy intenso, era menos que un tacto, menos que un roce aún. Apenas una dulce sensación que daba goce sin insinuación, sin cercanía apenas. El seguía siendo sutil y salaz, por qué no aceptarlo, más bien maduro, propenso a la acción, a la insinuación, a la graciosa ironía...Seguía siendo enjuto, bajo más bien, moreno y anguloso. No anunciaron visitas para él. El deseo, esperando en la espera, se conforma vacío de presencias. Un poco más tarde, se cerrarán cortinas y ventanas, que han de borrar los jardines ensombrecidos. Pero pensaba, sin entender o bien sin entenderse, colmado de un afán incesante, inacabable, tan complejo y a la vez tan tenaz, como se sentía perdido en la evasión delicadamente misteriosa que anida, bien sufrida, en la disociación de las funciones psíquicas de extraño contenido esquizofrénico.
Así, pesadamente, transcurría su tiempo envuelto en la rutina casi siempre, para vestirse de años imprecisos en un tiempo real, un tiempo inesperado, un sueño irrepetible, cuando se acepta que el recuerdo nos pesa en el olvido. Ni sueño, ni futuro guardarán la esperanza, la vacía esperanza que ha partido el cristal del alma clara, desdibujada en otro rincón anclado en otro palpitar, otro latido más tibio que llene el corazón, para por fin, sentirse bien amado. Ese tierno sentimiento de su temor precipitado en la angustia crecida de su miedo Esta esperada noche él seguía pensando en escapar, de qué manera podía, y bien podía, zafarse de la presencia de los grasos celadores adormecidos, amodorrados en su nocturna costumbre de vigilancia usual anónima.
Un miedo desconocido, indescifrable, un colapso de frío le recorrió la espalda sin llegar a mermar su voluntad de fuga. que todo huidor termina por sentirla como ajena a sí mismo. Ella, la galana, la lozana, seguro que todavía le esperaba. Ella era, el estandarte de su ansiada libertad, una libertad soñada como el premio final del duro sufrimiento solitario perdido entre paredes blanquecinas proyectando las sombras escondidas de sensaciones muertas...De silencios dormidos entre quejas anónimas colgadas de los techos y las luces, cuando las madrugadas se despiertan heridas por los ecos.
Entreabierto cristal de una ventana. Fue un momento, sólo un momento rebosante de vida. Se le rompió el corazón, cuando ausente todavía del encuentro, colmaba de perfume sin saberlo, el aire enrarecido de la alcoba. Nunca llegó a pensar que un día, un suspiro producto de un latido, abriría la ventana de otra duda, inesperada y fría. Callar, enmudecer, para llorar por dentro sin conseguir detener el negro sufrimiento, el latido vital de un viejo corazón deshecho en vida. Ahora, sus sueños, oscilando en la inconciencia de la mente, rondaban el vacío.
Pasos, rumores, voces, prisas, en la oscuridad, .acechan. Trata de huir y consigue alejarse de un jardín que esta mustio de flores y de sueños. Cuando los celadores lo encontraron, sin tiempo para recrearse en la dulce melancolía de su ensoñación,- se ha casado hace años,- le dijeron. Mejor, respondió débil y enfermo. Me alegro suspiró,- nunca más estará sola-. ¡Ha dicho eso¡- gritó un joven médico, cuando se lo contaron. ¡Es del todo imposible¡ Una enfermera presente en la consulta, alargando un suspiro - misterios del amor - dijo-... Misterios de la ciencia; se esforzó por hacerse oír... la voz de alguien...
Robert Bores Luis 5-05-2005
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