En el ensayo pasado reflexionábamos sobre la pertinencia de tal pregunta. Y si era adecuado juzgar moralmente nuestra naturaleza entendiendo naturaleza como esa base “dura” de nuestro ser, herencia de nuestro pasado animal. Opinaba que esto no había que verlo desde una perspectiva moral únicamente. Concluíamos entonces que tanto ser egoísta como ser cooperativo tenían un sentido estratégico, práctico y que por eso la naturaleza nos había dotado de las dos posibilidades.
¿Cómo pueden ser el egoísmo y la cooperación dos partes inherentes a nosotros? En el ensayo pasado señalábamos un principio que regía la naturaleza humana: no es de esperar que el ser humano consienta actuar en contra de sus intereses. Esto no es inmoralidad es darwinismo. No ignoro cómo los principios darwinianos han sido usados por la derecha con efectos devastadores. Sin embargo existe más que competencia egoísta en la naturaleza humana y esto también ha sido estudiado por el darwinismo moderno. La izquierda tradicionalmente ha visto mal el darwinismo aplicado a la comprensión del ser humano, más allá de lo estrictamente fisiológico. Sin embargo el darwinismo moderno puede dar una comprensión del ser humano útil a las causas nobles.
¿Es el ser humano malo o bueno por naturaleza? Hay por supuesto una razón de peso para que una pregunta tan irresoluble sea a la vez tan recurrente. Detrás del juicio al ser humano, así en abstracto, lo que se oculta es la preocupación por nuestro destino. Supuestamente si el ser humano es malo, no podemos esperar más que un futuro oscuro y si el ser humano es bueno, esa bondad nos terminará guiando al paraíso. ¿Qué podemos esperar de nosotros?, ¿Cuál es la base sobre la que podemos organizarnos socialmente para lograr el mayor bienestar?
La idea liberal de que el individuo contribuya con su egoísmo y ambición personal al bien común es una tontería y una idea brillante a la vez. Primero, ¿por qué una tontería? Sí, existen claros ejemplos donde le afán de lucro han mejorado los procesos de producción, abaratado los bienes y enriqueciendo a la sociedad en su conjunto con bienes más accesibles, pero también sobran ejemplos donde el egoísmo redunda en perjuicios para todos. La idea de que la “mano invisible” del mercado hallaría SIEMPRE las mejores soluciones es una falacia. El mercado, de hecho, puede actuar generando equilibrio a través de la competencia libre (es decir en circunstancias que no distorsionen al mercado), pero muchas veces este equilibrio no se logra por el supuesto deseo innato de posesiones y máximo beneficio de los actores económicos, sino al contrario porque los involucrados ceden y cooperan. En otras situaciones, de plano, el mercado no puede por sí solo armonizar los múltiples intereses con el bien común.
La cooperación egoísta. Lo bueno de ser bueno.
Aquí me remito a la llamada teoría de los juegos, en especial el llamado equilibrio Nash. El premio nobel de economía John Nash (sí, el de la película con Russell Crowe) sostenía que en situaciones ordinarias la efectividad de una estrategia esta condicionada por la estrategia de los otros y en muchos de esos casos la búsqueda del máximo beneficio termina en perjuicio contra todos y que en esos casos la cooperación resulta mejor. El problema clásico de la teoría de los juegos esta expresada en el llamado dilema del prisionero. Este dilema pinta una situación en donde se puede elegir entre ceder y cooperar o ser egoísta y buscar el máximo beneficio propio. El dilema es el siguiente: Jane y Bob han cometido un crimen, la policía los interroga pero no tienen evidencia sólida. Cada uno de ellos tienen dos opciones, si Bob delata a Jane y ella no confiesa, Bob obtiene una condena de meses. Pero si a su vez Jane delata a Bob ambos tienen la pena máxima. Por último si ambos cooperan y no se traicionan mutuamente, ambos tendrán una condena corta de cinco años.
¿Traicionar o cooperar?, ¿Perder un poco y ganar algo o ir en busca del máximo beneficio? Este dilema lo vivimos todos los días, un ejemplo que leí y que me gusta es de los embotellamientos, la mejor estrategia para todos es que todos dejen su automóvil y usen el transporte público, éste los llevara eficientemente a donde quieran llegar, pero no posee las comodidades del transporte propio. En este caso la búsqueda generalizada del beneficio máximo genera que nadie obtenga lo esencial que es llegar a tiempo. El trabajo del economista canadiense Robert Axelrod sobre el dilema del prisionero arroja interesantes resultados que nos señalan por qué la naturaleza, en su búsqueda de la máxima efectividad, nos ha hecho egoístas y cooperativos a la vez.
Axelrod quería saber que tipo de estrategia era más eficiente en un dilema como el del prisionero si este se jugaba en varias ocasiones. Así lanzó una convocatoria y puso a competir en un torneo computarizado las diferentes estrategias que le fueron enviadas. Las diferentes estrategias estarían compitiendo por un numero indeterminado de veces unas contra otras, la ganadora resultó una estrategia sencilla llamada tit for tat, que en español sería algo así como pagar con la misma moneda. La estrategia siempre iniciaba cooperando y nunca traicionaba primero (era leal y amable de entrada), pero si era traicionado, en el turno siguiente pagaba traición con traición, si el otro sujeto volvía a cooperar, tit for tat perdonaba rápidamente y cooperaba hasta que el otro volvía a romper el trato.
Esta estrategia no pudo ser vencida ni siquiera en el torneo siguiente cuando ya se sabía que había resultado ganadora. Esta estrategia venció tanto a la que siempre era egoísta, como la estrategia que nunca pagaba traición con traición (la que podríamos llamar cristiana). Se hicieron innumerables combinaciones con estrategias más sofisticadas y tit for tat siempre obtuvo mejores resultados porqué cooperaba con quien cooperaba y no cooperaba con quien no cooperaba, al largo plazo tit for tat obligaba a cooperar a la otra parte negándose a ser agresivo (es decir iniciar las hostilidades), negándose también a ser bobo (era esencial pagar con la misma moneda) y perdonando siempre que el otro demostrara buena voluntad.
Lo que implican estos resultados es que la moralidad y la justicia tienen bases prácticas importantes para nuestra supervivencia. Ser bueno, pero sin dejar que otros abusen, resulta ser lo más efectivo. Tomemos por ejemplo el principio moral de no mentir, un mentiroso puede aprovecharse de la confianza de los demás, pero a nadie le conviene vivir en una sociedad de mentirosos, ni siquiera un mentiroso aprovecharía ventaja alguna allí, por eso acordamos que es malo mentir esto sin importar el beneficio personal que se puede obtener al defraudar a los demás. Tomemos otro principio moral, no matar, ¿por qué la gente piensa que matar gente es malo, muy malo?, ¿Adivinan?, Pues por que la gente no quiere que la maten por eso hasta dice que la vida humana es sagrada y todo eso, yo no te mato tu no me matas. Alguien cristiano puede preguntarse pero ¿por qué es esencial pagar con la misma moneda? (“ojo por ojo y el mundo quedará tuerto”) Recuerden, yo solo señalo el hecho de su efectividad como estrategia, pero no ignoro ni hago menos los valores morales más altos, como el amor que todo lo perdona. Pero volviendo por qué habría que retribuir mal por mal y bien por bien?, al parecer lo más efectivo para que se acaben los abusones es que se acaben los bobos.
Ya sé que los problemas sociales son más complicados que esto. Pero esto se encuentra en el fondo de por qué la naturaleza nos hizo así; competitivos, egoístas, empáticos y cooperativos a la vez. A mí me gustan los programas sobre la naturaleza, siempre que encuentro tiempo entre mis negocios y lectura los veo. ¿Se han fijado como a la vez que los animales compiten por la supervivencia encuentran formas de equilibrio, la evolución conjunta y la forma en que cada uno encuentra su lugar entre los demás han hecho que exista una especie de equilibrio Nash natural. El ser humano es el único que mata y toma más de lo que requiere, debido a su capacidad de pensar y variar su comportamiento de una manera que ningún otro animal puede. Esa es nuestra ventaja y el principal motivo por el que llevamos una relación desigual con las otras criaturas de la naturaleza.
El primer obstáculo para la cooperación es la desigualdad radical entre los sujetos. Si uno es demasiado débil a comparación del otro, los incentivos para cooperar se diluyen. La marginación de unos con respecto a otros tiene como resultado lógico que haya guerra en vez de la cooperación, esto es la descomposición social. Pero ¿cómo eliminar de una sociedad todo aquello que la pueda desintegrar?, ¿Es probable eliminar para siempre de nosotros el egoísmo que puede arruinar la cooperación?, No lo creo, somos seres racionales no máquinas pre programadas, siempre habrá alguien que aproveche las oportunidades que tiene para obtener un beneficio egoísta. ¿Cómo entonces podemos construir una sociedad justa es decir equilibrada?
Decía que la idea de los liberales clásicos de que el egoísmo podría contribuir al bien común era una tontería pero a la vez una idea brillante. Decía brillante porque, siguiendo a Adam Smith y otros liberales clásicos, se buscaba en las imperfecciones del hombre los instrumentos para MITIGAR esas imperfecciones. A diferencia de los socialistas, los liberales clásicos consideraban al hombre “como básicamente imperfecto” y pensaban que un sistema donde el bien sea el resultado de innumerables acciones y nunca el objeto de una opción consciente era algo mucho más factible que un sistema que dependiera de la pureza y la virtud de todos o incluso que dependiera solo de la pureza y virtud de los dirigentes.
Para mí, la cooperación egoísta es la base sólida sobre la que podemos construir institucionalmente una sociedad más justa. Ya sé que esto no suena precisamente a una comuna donde a todos nos une el amor, pero de veras ¿puede una persona normal amar a todo el mundo? Recordaran la máxima del ensayo pasado que decía que, por lo general, las personas no consienten actuar en contra de sus intereses, pues lo que hay que hacer es construir institucionalmente con esto en mente. Pero también hay que ir ampliando lo que entendemos por intereses (que nunca son ni pura ni básicamente económicos), promoviendo primordialmente la cooperación y solo después la competencia. Es decir seleccionar aquellos elementos de nuestra naturaleza que consideremos más positivos, en otras palabras hay que ser éticos.
Para concluir el mejor sistema resultaría uno en el que la gente coopere aunque sea por razones egoístas, uno preparado para canalizar lo peor y aprovechar lo mejor de la naturaleza humana. Por supuesto tal modelo parece prosaico y carece de la grandeza estética de la utopía, donde la gente es buena todo el tiempo y todas las luchas y problemas se han acabado. Al final ¿estamos condenados o podemos salvarnos? Yo soy pesimista con el ser humano en general y optimista con los hombres y mujeres concretos. La salvación final del ser humano me resulta altamente improbable. El ser humano no tiene solución, no una sola, no una sola definitiva y para siempre, olvídense de eso, el fin de la historia será cuando todos estemos muertos. El ser humano puede mejorar su vida y hasta podría sobrevivir como especie. Pero para mí, ni “super hombres”, ni “hombres nuevos”, solo hombres, ¿es esto suficiente para tener esperanza?
Un 24 de diciembre de 1914 en las trincheras del sangriento frente occidental, donde ya había muerto un cuarto de millón de personas, un lugar donde se probaron por primera vez armas de destrucción masiva, los cuerpos en tierra de nadie se pudrían porque nadie se atrevía a ir a recogerlos y sin embargo sucedió. Los soldados franceses y escoceses notaron que los alemanes no mostraban una actividad hostil sino que festejaban, los cantos de uno y otro lado comenzaron a oírse. Repentinamente uno y otro lado en diferentes idiomas cantaban “Noche de Paz”. Uno de ellos, un cantante, con un pequeño árbol de Navidad caminó por tierra de nadie donde era un blanco fácil, pero nadie disparó, sino que uno y otro se fueron acercando. Así inició aquella tregua de Navidad. La tregua se respetó y no solo eso sino que se extendió y se extendió, los soldados programados cada uno con su respectiva dosis de educación patriótica, se intercambiaban comida, vino, botones, fotos y otros recuerditos. Celebraron ceremonias religiosas conjuntas y jugaron fútbol. Ya estaban poniéndose de acuerdo para la fiesta de año nuevo cuando los superiores se enteraron y estos montaron en cólera. Debido a que los soldados se negaban a iniciar hostilidades los pelotones fueron desmantelados o enviados a otros frentes.
Nuestra vida es lo que hacemos de nosotros, ningún hecho científico descubierto o por descubrir acerca de nuestra naturaleza puede cambiar eso. Podemos, como dice Dawkins, “cultivar el altruismo más desinteresado”, algo que por cierto exclusivamente humano, pues, aunque hemos sido construidos como máquinas de genes, “tenemos el poder de negar la forma en que hemos sido creados, nosotros, solos en la tierra, podemos rebelarnos ante la tiranía de nuestra programación”.
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