El reloj se burlaba,
cada segundo,
una carcajada...
Hacía frío, pero sentía un calor insoportable, y al destaparme, mi piel se erizaba y me ponía a tiritar. Sentía fiebre, me sentía horrible. Estaba cansadísimo. Cerraba los ojos, que los sentía hinchados, ardientes, pero no podía dormir.
De vez en cuando dormitaba y despertaba sin haber dormido, y me daba cuenta de que mi propia voz me había despertado. Y cerraba los ojos e intentaba dormir, pero despertaba a cada momento y a cada momento era la misma hora. Cada segundo dado por el maldito reloj de pared reverberaba en mi cabeza, amenazando con hacerla reventar. Se divertía a mi costa, haciendo sonar el segundero más fuerte, y más fuerte y más fuerte, y yo intentaba olvidarlo, dirigir mi atención a otra cosa, pero no, ahí estaba, omnipresente ese asqueroso tic-tac, tic-tac, tiic-taac, tiiic-taaac...
Cada vez era más lento, ya no se conformaba con reírse de mí, ya no se conformaba con hacerme tiritar ante cada clic, sino que ahora el tiempo pasaba más lento, y más lento, y cada intervalo de silencio era más y más largo, diciéndome que esa noche no terminaría nunca, diciéndome que me volvería loco antes de que lo hiciera, perdido en la oscuridad eterna de mi habitación.
Y daba vueltas y vueltas en la cama, intentando dormir sin conseguirlo, y me enredaba en las sábanas que me atrapaban los pies como sogas, como enredaderas que no quisieran dejarme ir, desesperándome. Comencé a mover los pies desesperadamente hasta que las boté al suelo y me relajé, agotado, respirando fuerte al compás del segundero.
Y el reloj sonaba: tic... ... ... ... ... tac... ... ... ... ... tic... ... ... ... ... tac... ... ... ... ... tic... ... ... ... ... tac...
Y luego mi propio corazón reverberaba en mi cabeza, explotando al mismo compás, traidoramente fuerte, al igual que el reloj: bum... ... ... ... ... bum... ... ... ... ... bum...
Y cerraba los ojos pero me sentía flotar, una sensación horrible, que me mareaba, como estar en el mar a la deriva, perdido para siempre. Y debía abrir los ojos para no perderme en el vacío. Y todo se detenía tan rápidamente que sentía que mi mente seguía dando vueltas y que mi cuerpo ya se había detenido, como un choque en auto, sentía cómo mi mente salía disparada por el parabrisas, pero el auto estaba ahí... eternamente.
Y mis ojos no resistían, mis párpados querían cerrarse, pero volvía aquella horrible sensación, y debía mantener mis ojos abiertos. Pero era peor, porque toda la oscuridad parecía moverse, todas las sombras parecían cobrar vida, todos los fantasmas parecían salir a jugar. Eran como nubes negras flotando a todo mi alrededor, bailando sobre mi cabeza, acercándose a mí, como queriendo susurrar a mi oído. Pero al cerrar los ojos seguían ahí.
Y ya no eran sólo sombras, ahora tenían rostros, ahora había ojos que me observaban, ahora había colmillos susurrando a mi oído.
El reloj apresuró su paso, al compás de mi agitada respiración. Y los fantasmas danzaron más rápido, envolviéndome, como si mi propio abrazo no fuera suficiente.
Su aliento frío erizaba mi piel, su paso rápido apresuraba mis latidos, su baile frenético me hacía sudar cada vez más y su omnipresencia me hacía desvanecer.
El tic tac, las risas y los alaridos, el baile, las sombras y esos extraños brillos. Todo se mezclaba de una forma caótica, tan sobrenatural, tan conocida, todo me rodeaba y me absorbía, me mareaba y me mantenía tan quieto, tan asustado, tan petrificado como sus sonrisas. Todo era todo, y o era nada, eran seres, eran cosas, eran sombras que venían a ocultarse de sombras más oscuras, aquí, a mi triste habitación, o eran mas que recuerdos perdidos en una noche perdida de una triste mente olvidada, no eran mas que rencores de gente pasada que venían a acosarme a esas perdidas horas, a esas horas irreales que nunca recuerdas como pasado, sino que como malas noches, sino como molestias ignoradas, miedos de pesadillas, que se esfuman con la niebla de la mañana.
Entonces.
Otra vez.
Rió.
La última vez.
Un último tic.
Un último tac.
El ultimo alarido de esa perdida noche.
Cuando un gallo cantó a la luna.
Cuando una sombra
Tocó mi hombro...
|