La historia toma lugar en escenarios antiguos junto con realidad actual.

En su rostro todas sus equivocaciones, en sus pasos triunfos, en sus ojos tristes algunas decepciones.

Le gustaba caminar, escuchar, observar. Pensaba en lo profundo de una sonrisa sentida, esperaba el afecto de una caricia sincera, soñaba con hacer propio un corazón con ganas de ofrecer.

Creía en el amor más que en su propio camino. En su andar experimentaba la tristeza de ver soledad, de ver engaños, de ver llanto, de ver los cadáveres de los corazones muertos en batalla. En ciertas ocasiones los cargaba malheridos y llevándolos a lugares seguros trataba sus heridas, era extraño pero se veía en su espalda todo el peso de amores negados, como si toda la sangre derramada por los corazones abatidos terminara en sus hombros y esto debilitaba sus ganas de seguir caminando.

Una mañana su presencia quedo extinta y con ella los corazones se hicieron más y más tenebrosos, era difícil captar que todo el odio de un pueblo se apoderara de los colores que fuesen razones para crear una guerra con ideales nobles y puros. Ese sentimiento de amor que era la línea sucesora de verdaderos hombres con valor y fuerza para defender el más profundo de sus ideales quedo sepultado por las dudas que embargaban todas y cada una de las decisiones a tomar.

Las noches empezaron a extender su oscuridad, las pocas personas que aun guardaban un color rojo en sus almas perdieron la esperanza y la luz del día seguía desvaneciéndose. Jamás se preguntaron que podían hacer, jamás intentaron amar, jamás salvaron el sacrificio del hombre al cual la historia le atribuye el legado de amor a cambio de haber derramado su sangre.

Aun con la esperanza perdida para los pueblos, existía un hombre que dejo su presencia extinta una mañana para buscar una salvación. Era el mismo hombre que soñaba con empuñar su corazón y encontrar uno con los mismos sentimientos. El hombre que la historia dio por exiliado, sería el hombre que al fin encontraría los colores de la plenitud.

Cuentan las memorias de los pequeños que ese hombre lucho con dragones, venció legiones enteras y cabalgo para encontrarte, empuñaba un corazón que aun tenía esperanzas y lo usaba como escudo, mientras con su mano derecha atravesaba espadas en lo profundo del odio.

Sabia donde encontrar el castillo dónde estabas encerrada, sabia como eran tus ojos, siempre le habías acompañado. Sus sueños revelaban tu ubicación, sus sueños eran la razón para no desfallecer, sus sueños eran todo lo que quería alcanzar, sus sueños eran la razón para las batallas diarias.

El día de alcanzar la gloria se aproximo, veía el castillo y filas interminables que protegían la entrada. Se abalanzo contra los soldados y los derroto uno a uno, pero no pudo evitar los golpes de las numerosas espadas. Con su último aliento subió hasta tu calabozo y abrió la puerta.

Eran los mismos ojos por los cuales suspiraba, solo que llenos de felicidad por que la espera finalmente mostraba su fin. Fue un momento de eternidad las lagrimas de la dulce princesa empezaron a surgir, ella sabía que así como el hombre la había rescatado también era el momento de su muerte, ya que las heridas se agravaban. Sin embargo la cara del hombre mostraba todo lo contrario a una expresión triste, por el contrario manifestaba la plenitud que siempre había querido. Al fin había encontrado a su amada y con ella la salvación para su corazón y el de la misma.

Como en cualquier historia clásica, luego se besaron y el hombre murió con una sonrisa en su cara. Lo raro de la historia es que la princesa nunca más fue vista por nadie. Las noches fueron contables, los ideales de los pueblos recuperaron algo de color y en cuanto a nuestra pareja supongo que algún Dios les habrá recompensado por no haber perdido las esperanzas y haber empuñado sus corazones hasta reunirlos.

“yo creo que siempre hay que guardar esperanzas, empuñar tu corazón y luchar hasta fundirlo con el ser que realmente quieres, demás que él o ella hará lo mismo”.