Caminando por el patio de mi casa encontré un viejo papel de diario que me recordó esos que se utilizaban para envolver carne en las carnicerías de barrio. Estaba todo amarillento, pero aún se podían distinguir las imágenes y las palabras impresas. Lo cogí para observarlo mejor y, para sorpresa mía, la imagen era una foto de mi película favorita, así que lo guardé cuidadosamente en el bolsillo de mi pantalón como si fuera un pequeño tesoro que me hizo sentir extrañamente feliz. Suspiré aspirando el aire de la tarde impregnado del aroma del paulonio que se yergue imponente en medio del patio, cerré los ojos y me quedé escuchando el trino de los pájaros que ya se retiraban a dormir. Me mantuve un momento ahí quieta, cerca de la pared del fondo y de la madre selva que tenía algunas flores amarillas que parecían pequeñas campanas de primavera.
De pronto mi abuela me llamó, “Gordita, venga a tomar once”, y me fui caminando lentamente pensando en el tesoro que había encontrado y en lo lindo que cantan los pájaros, aunque me inspiran algo de temor, que no sé por qué pero así es.

En la cocina mi abuela estaba terminando de ordenar la mesa para que tomáramos tecito, como dice ella, me senté en la vieja silla de paja pintada de rojo que siempre estaba en un rincón esperándome, y la puse mirando hacia el patio. Mi abuela se sentó a mi lado. ¿Qué encontró en el patio?, me preguntó, nada, le dije, sólo estaba viendo a los pájaritos. Luego, mientras ella sorbía su té y yo me bebía mi milo con leche fría, y comíamos tostadas de marraqueta con mantequilla, me contaba de los chismes que le habían contado en el almacén cuando fue a comprar el pan. Nos reímos de la fulanita esa que la pillaron engañando al marido, y de don José, el dueño del almacén que siempre se hace el bonito con todas.

Al terminar, ayudé a lavar la loza y después me fui a mi pieza a ver tele, pero antes busqué un album en el que guardaba fotos de todo lo que se venía en gana y puse en él el recorte de diario viejo. Ya está juntando cachureos me dijo mi abuela. No le contesté.

En la tele sonaban fuerte las canciones de los comerciales, pero casi no las oía, había encontrado un tesoro, no había nada más importante para mí.