En mí un vacío, la mujer que soy y la que quisiera haber sido. Un abismo nos separa. Miro al espejo y ahí está, la desconocida que habría querido vivir, acá, en lo que se supone la realidad, está la que pudo ser.
Años atrás visité a un joven que se dedicaba a lo que hoy diríamos, medicina altenativa, recuerdo que en una de las sesiones me ayudó a regresar al tiempo en que yo vivía en el útero de mi madre. Recuerdo algunas imágenes, y en una de ellas estaba yo, acorralada al fondo del saco amniótico y junto a mí alguien que seguramente debería haber sido mi hermano o hermana gemela. A veces pienso que la que aparece en el espejo es esa, la que pudo haber sido y no fue, pero que aún desea salir a la superficie desde cualquier parte de mi cuerpo, de cualquiera de los átomos que conforman mi estructura.
A veces, cuando pequeña jugaba a no pensar y a mirar a través de mis ojos sin tener otra conciencia que esa mirada, sin pensar en lo que veía, actuar sólo como si fuera un espectador. Quisiera tocar a mi hermana, ayudarla a salir.
Mira al espejo y observate, esta es la que eres, quién fuiste no lo sé, quien serás, quién habrías podido ser si es que mi hermana se hubiera desarrollado en vez que yo. ¿Y si vivimos juntas? Hola, hola. Te busco y miro en el espejo, quiero verte, hablame. Quién eres. La otra, mi hermana me habla, mi otro yo, mi otra realidad. A veces quisiera que tú vivieras, la femenina, la que podría haber sido esposa y madre, la bella, la Meryl Streep.
Y si hubieras sobrevivido a tú a nuestra estancia en el útero de nuestra madre, ¿habrías pensado en mí después de nacer? ¿Habrías jugado conmigo como yo lo hacía contigo cuando niña? ¿recuerdas cuándo estiraba mis manos para jugar una ronda imaginaria, contigo, y otros amigos imaginarios? Cual Nell en el lago, así jugaba contigo. Buscándote, esperándote, deseándo verte porque me faltabas, pedazo mío, parte de mí se perdió en el pequeño océano primigenio. ¿Cuál habría sido tu nombre?
Tal vez por eso no tuve nombre al nacer, porque el Universo te esperaba a ti, y salí yo, pero nací y un día me nombraron, casi por arte de magia salió de la boca de mi abuela el nombre que mis padres no pudieron encontrar. Ahí recién nací yo, y tu te quedaste en mí, escondida, viviendo entre mis átomos. Marta María, así me llamaron, Marta soy yo, la que vive, la que labora y lucha, y sale adelante en medio de lo que le toca vivir, María eres tú, la que se quedó arrodillada a los pies del creador para escuchar su dulce voz, y que con eso me regala lo poco de santa que hay en mí, y que algún día me conducirá de vuelta a la casa del Padre, cual hija pródiga.
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