Noelia una vez se enamoró, una tarde de verano lo vio y quedó impactada por su belleza, un helecho robusto había comenzado a crecer y lo demás… lo demás es lo que sigue:
Aquella planta hizo nacer en Noelia los más agraciados sentimientos, una mezcla sensaciones únicas y propias del amor. Las finas hojas eran objeto de horas de estudio minucioso por parte de la enamorada quien no dejaba de vivir sus experiencias con un tinte verde plagado de pasión.
El tiempo pasó y el helecho siguió trepando en tamaño hasta que un día algo de lo más común ocurrió en el ámbito paradisíaco de ese amor unilateral: Un monstruo atropelló la planta y terminó con su belleza externa.
Noelia, que no se resignó a la pérdida, acogió los restos con sumo cuidado dentro de una pequeña caja del tamaño de un corazón humano. Los días pasaron y el verde pasión dio paso al triste marrón signo de un final.
Hoy Noelia llora por un amor que nunca fue, se reserva el derecho de buscar la libertad en el sentimiento más aprensivo de todos, el ya mencionado amor, intentando conjugar las palabras “libertad” y “prisión” en una fútil tarea infinita que la sumerge en recuerdos y le impide pensar en algún otro ser que la pinte de verde.
En cuanto al helecho… aún vive solo en las efemérides de Noelia y en esta narración con un sentido críptico que pocos entenderán de la manera en la que el escritor la pensó, pero ciertamente el lector sabrá que el helecho existió y quizás, de esa forma, el amor que aprisiona a Noelia se transforme en libertad de expresión.
El final, sinónimo de muerte, no está en manos de Dios sino en las de los hombres y sus remembranzas.
¿Cursi?
¿Raro e inentendible?
¿Mediocre?
Si las respuestas a esas preguntas fueron siempre si, significa que el lector no ha podido captar el sentido de la historia o tal vez, simplemente, el relato sea cursi, inentendible y mediocre.
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