Ya había anochecido cuando llegué a mi departamento. Me quité el abrigo y lo arrojé a alguna parte, y luego me dirigí a la sala. No estaba muy ordenada, debido a mis días de juerga depresiva, pero Jean me había ayudado a limpiar rápidamente antes del velorio y el funeral. Sólo me quedé de pie, observando en silencio esa sala oscura, iluminada solamente por la difusa luz de la luna que entraba por el ventanal de colores, otra creación de Jean.
Estaba solo, en esa sala cubierta de sombras, vacía, tan vacía como siempre lo había estado. Pero por alguna razón, la soledad me pesaba, como nunca antes lo había hecho. Por alguna razón, el silencio que siempre me acompañaba, ahora parecía querer tragarme, parecía querer aplastarme. Por alguna razón la tranquilidad de mi casa ya no me ayudaba, ya no me gustaba, porque estar tranquilo no es estar bien, porque una casa no es un hogar.
Pensé en servirme una copa, pero en vez de eso me acerqué con pasos cansados al ventanal y lo abrí, saliendo a la terraza. Lentamente me acerqué al borde, aferrándome del parapeto. Pensé que esa separación entre la seguridad y la nada era muy pequeña, muy fácil de sortear, que cualquiera, sobretodo yo, podría caer, caer al vacío... No, claro que no, imposible hacerlo, no me atrevía, no quería, ya no. Estaba Jean, estaba George en algún lugar confiando en mí, no los decepcionaría. No otra vez. La vida continúa, me dije, debes continuarla lo mejor posible, ahora ya no cargaba miedo, ya no cargaba odio.
Aunque eso no me impedía sentirme mal, sentirme triste, cansado, decepcionado, desesperado.
Solo.
|