acaezco, de pronto reúno palabras en la puerta de mi casa, antes rasgos, fonemas, sílabas, para despertar en ti un asomo de oraciones, solamente digo que no te vas, que no estás por marcharte ni bajar del escalón; ni levar el ancla ni soltar las amarras, y sucede que un día te levanto (me despierto en ti), preparo el desayuno, coso las tiaras a la cabeza de gorgona, y ninguna piedra se ha quedado inmóvil; te relato suavemente mi mano a través de tus rincones, mis labios a través de tus rincones, mi sombra a través de tus rincones, pero ni trémulo ni parco espero que te devuelvas y me envuelvas en tus piernas y redundes en mi torso y descubras con tu aliento cada poro de mi cara; pero ni gris ni maldecido tiéndome a mirar el sol para quemarme la mirada (quién ha dicho que tu desnudez no se parece a una revelación mística), para contar cómo la luna come noches y madrugadas, y en el frío más remoto y su hélida consigna no concibo el olvido de tu voz ni la desdicha -no sucumbo- de no ser; pero que se alegren los espejos, el ruido, la letra del cantor y la música del bardo porque he de asirme a ti, he de beber de la cicuta de tus labios (como antes hecho), he de alargarme cuan eterna es la muerte para llevarme en este baile y esta danza: un cúmulo de tus átomos, una caricia de tus besos en mis besos.