Y no Andrea.
Y no Andrea. La suerte nunca estuvo de nuestro lado. Nadie nos regaló un verso, nadie murió o perdió un diente por defendernos. Ningún príncipe subió hasta tu ventana y ninguna Penélope teje por mi espera. Si quisimos un beso lo tuvimos que robar. O pagarlo caro. Nosotros seríamos los enanos de la historia o los extras de cualquier película clase B. Así de mal nos iba cuando nos encontramos. Yo fumaba y en eso gastaba las horas. Vos estabas aburrida de tus gustos burgueses y le escapabas a los buenos modales en bares de mala muerte. Me descubriste cantando penas en una mesa y te acercaste a cantar las tuyas. Así empezamos, sin promesas, con nada que perder y con motivos suficientes para morirnos en cualquier esquina sin esperar coronas en nuestras tumbas. Y te amé. Te amé en cada borrachera, en tus días grises y en cada margarita que interrogamos. Te amé por reivindicar mis fracasos, por justificar este instante y los que vendrán. Te amo por que me amas cuando no tenés nada mejor que hacer. Por que a veces yo puedo más que tus razones elitistas y me apropio de la tristeza de tus ojos.
Mi burguesita, soy ese que te deja desnuda soñando con mariposas y amapolas y se marcha despacito dejando en la almohada los sabores amargos de otros tiempos, de otras vidas. No hemos ganado ninguna batalla, Andrea. Pero nos hemos encontrado para regalarle a este mundo otra historia de amor. A este mundo no lo entendíamos, yo pretendía cambiarlo y vos te reías de mi ingenuidad y cada discusión terminaba con mis manos en tus muslos y tu boca en la mía. Vos al mundo no lo entendías pero no te importaba. A veces te quedabas callada y sentía que te perdía y para retenerte otro instante te contaba historias de gente ilusa como yo que batallan contra el hambre y las injusticias. De trenes que descarrilaban en el olvido de algún pueblo perdido en las lejanías de zonas inhóspitas. Me escuchabas como se escucha caer la lluvia y cuando te aburrías de mi voz me besabas dulcemente como pretendiendo consolarme de mi propio desamparo y me cocinabas comidas exóticas por que también tienes derecho a probar lo bueno, me decías. Siempre me quedaba con hambre pero agradecía tu gesto con margaritas que robaba de algún jardín, para que la interrogues. Las horas compartidas las guardo como el mayor de los tesoros y al amor lo concibo como un hecho adherido a tu persona. Vos estás conmigo por que te aburren los Apolos insatisfechos, que te usaban para sentirse vivos. Cuando té vi soñabas con unos ojos negros bajo un cielo que prometía lluvia. Tenías el vaso lleno y la soledad de los Buendía. Te tomé de la mano y fuimos a ninguna parte. Y así quiero estar, tomados de la mano en ninguna parte, bajo este cielo que ya no promete nada y vos seguís soñando con esos ojos negros pero yo te tomo de la mano y elijo olvidarme que soñas con ellos. Y derribo tu mundo falso con la facilidad que se derriban los castillos de naipes, con suspiros, con besos, con canciones. Y de a poco empiezas a escuchar mi voz que te nombra con el respeto que merecen las cosas bellas, frágiles y difíciles de encontrar.
Cuando tu marido te arrancó de la ciudad y de mis brazos tuve que esconder el almanaque y tacharme la doble. Total, los días inútiles pasaron negros y largos y me quede extrañando el verde triste de tus ojos, reparando en mis chances para que vuelvas y apenas alcanzaban para una escalera servida, te imaginaba cogiendo mal. Y te esperé en mi casa fumando despacio, contando ovejas para dormirme y no escuchar el tic tac del reloj. Mil veces deshojé margaritas para ver si me extrañabas un poquito. Y si contestaba que no, optaba por no creerle y si contestaba que sí te pensaba desnuda soñando con amapolas y mariposas.
Regresaste con miles de frivolidades, por que hay que decirlo Andrea, no sos perfecta pero me dijiste que una canción de Sabina, un cigarrillo encendido, una cerveza bien fría, mis ojos ilusos y mi sonrisa de Adonis desencantado eran, para vos, lo más parecido a la felicidad. Y entonces comprendí al pobre de Adán.
Ya no gasto mis horas fumando, ya no le escapas a los buenos modales en bares de mala muerte. Ahora le damos caricias a la ciudad caminándola abrazados o contemplándola desnudos desde mi ventana. Sigo pensando otros mundos, sigo escondiendo el almanaque cada vez que te arrancan de mis brazos y pronunciando tu nombre como lo que es: la maravilla del mundo más próxima y más real.
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