Casi sin pensarlo uno se deja sumergir en un suave y casi acogedor torbellino de sabanas oscuras y gritos silenciosos, casi de inmediato se siente el alma desnuda, la mirada perdida, la piel helada y los recuerdos desportillados a un lado de la habitación. Como si esto no fuera poco un grito enorme se apodera de nosotros, nos impulsa a saltar, gritar, golpear… llorar… gritar… llorar… gritar… Es el monstruo mejor pensado de la creación: espera atento que nuestra fuerza desaparezca, que nuestra mente divague, que bajemos la guardia, que nuestro destino nos engulla, que no podamos más y abandonemos nuestra alma vacilante al filo del abismo. Nuestro recuerdo hace el resto: sólo necesitamos el eco de nuestros gritos para caer en el barranco miserable. Entre llantos y muertes, entre trenes y palabras, entre labios y manzanas, entre un cigarro y aquella botella de ron, entre mi piel y su piel en esperanza, entre todo lo antes inseparable se abre un enorme desierto y tus lagrimas saciarán la sed de esta bestia de dos cabezas, y tu soledad será su compañía, porque odia a los hombres y odia a la luna, porque ama a todo lo que le obedezca, aunque sea burdo e incomprensible, porque no quiere una voz rompiendo su silencio. Y escuchas los ruidos de la calle: no, no estás sola, pero ellos no saben de este instante eterno, ellos caminan ajenos a ti, ajenos a tu mundo, ellos avanzan sin ti sobre el asfalto gris y lejano, como si tu tortura no les importara, como si tu no existieras... y tu llanto llueve tristemente sobre tus sabanas solas. Los tormentos continúan en tus pesadillas eternas: de día y de noche sueñas que sueñas que de día y de noche te persiguen los susurros de aquellos que no estaban ni estarán cuando el monstruo aparezca, te persiguen los rostros llenos de sonrisas ajenas, te persiguen las monstruosas risas, las burdas carcajadas, las palabras, los anhelos, las sonrisas, las fotografías, los recuerdos, lo abrazos, el roce de tu piel con otra, todo aquello tan burdo y maligno se confiesa nauseabundo en la oscuridad de su silencio y tu, eterna adoradora de la vida, reniegas de todo aquello que no sientas verdadero, pero en ti nada lo es, porque tú eres ahora el monstruo, y sueñas todas las noches y todos los días que sueñas todas las noches y todos los días que rescatas a más pobres personas de su monstruosa existencia, de sus burdas carcajadas, de sus malévolas sonrisas, de sus malditos recuerdos, pero le permites a ellas ser burdas e incomprensibles con tal de que te sigan en tu delirio certero, en tu descubrimiento de la verdad cósmica de la soledad: y tu, abominación divina, alimentaras tu sed de sus lagrimas. |