Hace poco se cumplieron siete años desde el día que te fuiste…
Tu partida fue lenta y cruel, no porque vos quisieras… pero, aunque lo intenté, lo mismo partiste sin que yo pudiera hacer nada para que no lo hicieras…
El tiempo ha pasado y sigue pasando, no se detiene ante mi sufrimiento y mucho menos ante mi deseo de seguir reteniendo al menos algo de vos.
¿Qué me queda? La impotencia, la tristeza y un enorme vacío.
¿Sólo eso queda? No. Estoy segura que no… porque el tiempo que estuviste a mi lado me brindaste cariño, protección, amor, cuidados. Pero, principalmente tu fuerza, tu valentía , tu alegría… y me olvidaba: ¡TU SONRISA!
Esa sonrisa que nunca se borraba de tu rostro, con la que se iluminaban mis días, incentivándome a superarme e intentar ser mejor persona a cada instante.
Aunque no lo creas hace pocos días, abrí una cartera que había sido tuya, y al abrirla después de tantos años, de ella brotó el mejor de los aromas: el de tu perfume. Ese perfume tuyo, que mezclaba la fragancia con tu propio olorcito, me envolvió acariciándome y haciéndome sentir que siempre estarás conmigo de formas que nunca imaginé y que me sorprenderán a medida que se vayan manifestando, y sobre todo recordándome que no me abandonaste sino que partiste hacia un mundo inmaterial en el que pudieras volver a ser vos.