Cuando comencé a leer y vi que era como viajar a otros mundos, intenté escribir. Desde entonces no pude dejar de hacerlo. Cada cosa que he escrito lleva una parte muy mía, un trozo de mi vida, aunque hay muchas que me he guardado y hasta he terminado por destruir, aún cuando Alfonso Reyes decía: “Debemos de sacar a la luz lo que escribimos, porque el escribir para uno mismo es extraño, tiene algo de taumaturgia”, pero así como escribo para los demás, también me conozco y me reconozco escribiéndome a mí misma.
El hecho de escribir y mostrar un texto a otros es como exponer al mundo una radiografía de mi propia alma, de mi mundo interior, y en ese momento deja de ser mío para pertenecerle a los que lo leen y así tienen derecho a juzgarlo, a observarlo, interpretarlo o reinterpretarlo e incluso a sentenciarlo a las hogueras del olvido o la indiferencia.
Escribo para liberarme, para escaparme, para huir de mi realidad creando una realidad paralela. Escribo para escapar de la angustia o para angustiarme aún más.
Escribo para ser la creadora de mi propio mundo, para ser el ángel y el demonio de mis personajes y, si los hay, de mis lectores.
Escribo porque me hace feliz, pero también infeliz; porque me siento atada a la escritura de una forma que hace que no me pueda liberar de ella, porque ella me persigue, me esclaviza y martiriza. Porque mi propia naturaleza me lo pide, porque la escritura me tiene hipnotizada y enamorada.
Escribo por compulsiva, por obsesiva, porque las imágenes y las ideas me causan revuelo en la mente y desazón en el alma y al escribirlas las ordeno. Escribo para confrontarme.
Escribo porque me agrada la idea de trascender a través de las palabras. Porque a las palabras las hago mías, porque las reinvento, porque las disfruto, porque para mí son magia al transformar cosas tan diversas con el mismo vocabulario.
Y en tanto tenga ideas lo seguiré haciendo. Escribo y escribo metida en mi mundo, como una ardilla que gira dentro de su rueda, intentando llegar algún día a alguna parte que ni siquiera sé cuál será. Al escribir venzo a mis propios demonios. Me auto combato o llego a acuerdos conmigo misma. Muchas veces me pregunto para quién y para qué demonios escribo. Al no encontrar respuesta, lo mejor que me queda hacer es seguir escribiendo.
Escribo para contradecirme a mí misma. Para demostrarme que puedo hacer lo que tal vez no quiero ni sé hacer. Escribo para desperdiciar tinta, para gotearla lentamente como si emanara sangre, como si emanara lágrimas.
Escribo para crear otros sueños, otros ambientes, otras vidas u otros tiempos. Escribo porque el hacerlo me causa ansiedad y a la vez me da paz. Escribo porque es una catarsis y un auto conocimiento. Escribo porque si no lo hiciera, la vida tal vez no tendría para mí el mismo sentido.
Escribo porque la palabra escrita retumba sonora en mi cerebro, en mi mente. Porque disfruto su sonido, porque saboreo cada palabra como golosina al pronunciarla, una a una, en los silenciosos recovecos de mi alma.
Escribo, escribo, escribo…
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