(Recomendación del autor: Haberse leido la novela El Infiernillo o saber como acaba)
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Sus conciencias habían perdido el sentido, lo único que recordaban era el monumental derrumbe que sobre ellos se había sucedido. No tenían muy en claro quienes eran ni para que existían. Ella recordó que lo amaba y de allí en adelante todos sus recuerdos se sucedieron, él no recordaba pero al abrir los ojos ante el cielo azul toda su mente se aclaró.
El cielo era muy azul, tan azul como el mar, más azul que cualquier cielo de la Tierra, y las nubes también tenían un tono azulado. Él, Alberto, se extraño de esto; miró el suelo, también era azul, trató de moverse y no pudo. De soslayo vio a Milagros inconsciente bajo su brazo.
Se alegraba de que estuviesen bien, trató de entretenerse con las nubes pero una repentina y espesa niebla le impidió ver cualquier cosa, rendido decidió también entrar en letargo.
Pasaron varias horas hasta que Milagros lo despertó, Alberto deseaba seguir su sueño pero prefiriendo estar al lado de Milagros no demoró en despertarse; sintiendo que su cuerpo se podía mover, pesadamente pero se movía, se sentó mirando a Milagros frente a frente.
- ¿Qué fue lo que hiciste? – Le preguntó Milagros preocupada por el extraño lugar, aun rodeados de la niebla trataba de mirar a cualquier lado.
- No lo sé – contestó él, aun sin despabilarse – se que no estamos en el Infierno, pero no estoy seguro de que estemos en la Tierra.
- ¿Puedes ver algo con esta niebla? – Le dijo Milagros incrédula y extrañada – apenas si te veo a ti.
- No es eso, me desperté antes de que la niebla viniese. El cielo es muy azul, y las nubes son celestes y hasta el suelo es azul, ¡parece que todo es azulado! – Dijo frotándose los ojos y terminando con una risa que finalizó con un bostezo.
- Creo que deberíamos tratar de salir de aquí – dijo Milagros comenzando a gatear a tientas y dándose cuenta que se hallaba en un especie de hoyo muy superficial – Es un hoyo ¿Tu también te sientes pesado, no?
- Sí, el cuerpo también me pesa – dijo Alberto pensando en lo del hoyo – ¿hoyo? ¿Podríamos estar en un cráter?
- ¿Cráter? ¿Por qué un cráter? – dijo ella extrañada y poniéndose de pie lentamente.
- Puede que estemos en un planeta extraterrestre y que hayamos caído del cielo – dijo Alberto de forma jocosa sin levantarse y señalando hacia el cielo.
- ¿Extraterrestres? – Dijo Milagros casi burlonamente – eso existe.
- Sabemos que existen los ángeles y los demonios, nos enfrentamos a ellos, estuvimos en el Infierno y desaparecimos de allí ¿Por qué no habrían alienígenas?
- Vamos Alberto, el Infierno es un cosa y los extraterrestres otra – ella estaba casi burlándose de Alberto, más un sonido de pisadas rompió el silencio que había persistido hasta el momento.
- Parece que algo viene – dijo Alberto levantándose tan rápido como podía.
- ¿Algo? – Le preguntó Milagros, pero fue entonces que escucharon un sonido como si fuesen palabras en un acento nunca antes escuchado y un idioma totalmente indescifrable - ¿Alberto no será…?
- Un alienígena – dijo algo perturbado, con cierto temor pero decidido a enfrentar lo que sea.
- ¿No hablaras en serio? – dijo Milagros tratando de tomarlo en broma pero inquietada por la idea.
Una sombra se dibujó entre la neblina, poco a poco se pudo ver que era inmenso, pasaba fácilmente los dos metros de altura y los paso cada ve mas fuertes se vieron acompañados de un segundo habla extraño para nosotros.
Milagros estaba aterrada mientras se acercaba la sombra, pero al lograr distinguir de lo que se trataba perfectamente un grito ahogado por su repentino desmayo fue seña de su gran terror. Alberto aun estaba algo temeroso pero la imagen del extraño ser le había calmado.
Su rostro era recto sin arcos ni curvas lleno de vértices y diagonales, sus ojos eran totalmente negros lo que evitaba distinguir a ciencia cierta hacia donde miraba, era de un azul algo claro y su cabello negro tenía un brillo metálico y caía como tal, tenía nariz, orejas y boca en la misma posición en que la tenemos los humanos, mas en distintas proporciones.
Su cuerpo era larguirucho, sus brazos eran igual de azules que su rostro y parecían hechos de cristal terminando en cinco dedos, pero en las articulaciones se podía ver una parte blanda que parecía carne de color azul oscuro. Vestía una prenda de una pieza similar a una túnica y calzaba algo similar a un par de botas.
Alberto se dio cuenta de que estaba desarmado, cuando el ser le habló no lo pensó dos veces y se lanzó al suelo, escondiéndose entre la niebla, para buscar su arma desesperadamente.
Sin tener éxito en su búsqueda el extraño ser volvió a hablarle, Alberto alzó la mirada y distinguió su sable en la mano del “hombre de cristal”, pero se sorprendió al ver que este parecía querer entregárselo.
Dudó un poco pero lentamente alargó el brazo para recibir su arma, el ser volvió a hablarle en su extraño lenguaje y esta vez le alcanzó un par de píldoras algo grandes pero posibles de tragar, por extraño que suene a Alberto no le producía ninguna sensación de desconfianza el sujeto de cristal, más bien, todo lo contrario. El alien le hizo unos extraños gestos a Alberto tratando de indicarle que se tomara una píldora, él lo entendió pero tenía algo de temor a las posibles consecuencias, pensó si moriría, si se convertiría en un ser como ese, o… ni el supo cuantas ideas locas pasaron por su cabeza, pero mientras lo hacían la píldora ya pasaba por su garganta, suponiéndolo bien Alberto guardó la otra para Milagros.
Y… nada… fue justo cuando Alberto se sintió tranquilo que se dio cuenta que no podía moverse, ya paralizado un choque eléctrico recorrió todo su espinazo hasta llegar a su cerebro. Se desplomó sin más mientras Milagros seguía inconsciente y el alien parecía asustado, era como si explosiones repetidas y fuertes se produjesen en su cerebro, principalmente en la zona frontal y posterior de este.
Ya cuando Alberto sentía que sus fuerza no podían mas y estando al borde de la convulsión todo el dolor se detuvo de forma casi brusca, él estaba casi totalmente desorientado y se incorporó tambaleantemente mientras trataba de articular palabras, mas solo lograba balbucear y decir cosas incoherentes.
- Espero, no te halla causado demasiado daño – entendió Alberto de las palabras que salieron de la boca de aquel ser.
- ¡Te entiendo! – Exclamó Alberto sorprendido pese a su estado de turbación – esa cosa que me diste… ¿Tiene algo que ver?
- Creo – dijo el otro cuestionándoselo a si mismo – solo sabía que debía dárselas a ti y a tu acompañante.
- ¿Cómo lo sabías? Y ahora que pregunto… ¿Quién eres?
- Mi nombre es Sailanfhe y me ordenaron que te las diese.
- ¿Quién? – dijo Alberto sacudiendo su cabeza y el cuerpo entero.
- Fue… Kustor – diciéndolo casi avergonzado.
- ¿Kustor? – le preguntó Alberto extrañado aunque sentía familiar aquel nombre.
- Es el omnipotente, el ser superior, es…
- ¿Dios?
- ¿Qué es un “Dios”? – le preguntó Sainlafhe extrañado al desconocer la expresión.
- Lo mismo que acabas de decir, creo, ahora que me doy cuenta… ¿Qué eres tú y donde estamos?
- Sí, supongo has de estar muy confundido – y que lo estaba – te podría decir que soy un ótlana y por el lugar en donde estamos has de referirte a este planeta.
- Entonces, ¡Esta no es la Tierra! – a pesar de que el había propuesto la idea de los extraterrestres no esperó que esta sea cierta, Alberto sumamente confundido, miró pávido al ótlana.
- Veo que lo has captado, este planeta se llama Kirslor, alienígena.
- ¿Cómo no te extraña nuestra apariencia? – Dijo Alberto mas calmo, aunque las ideas por su cabeza aun se revolvían.
- Kustor ya nos había informado de su apariencia. De un manera un tanto… particular…
- Ah… – dijo en tono resignado
- Es una historia un tanto larga, pero, primero, ¿puedes darle esa otra píldora a tu compañera?
- Quisiera no tener que hacerlo – dijo Alberto suspirando, se agachó y levantó el torso de Milagros, le abrió los labios y le introdujo la píldora en la boca para finalmente forzarla a tragársela.
Al igual que él, Milagros no presentó ningún síntoma en un primer momento pero cuando los dolores comenzaron ella trató de soltar un grito más su garganta no emitió ningún sonido, aun sin estar conciente podía sentir los dolores y trataba de despertarse. Alberto le sujetaba la mano y ella se la apretaba hasta casi destrozarla. Desperado Alberto la abrazó mientras Sailanfhe los veía desconcertado, bruscamente el dolor se disipó y Milagros despertó confusa, turbada y con el corazón acelerado.
Ninguno de los tres hizo ningún movimiento por varios segundos que se hicieron en un silencio eterno, pero cuando Milagros cayó en cuenta del hecho de estar en brazos de Alberto se separó rápidamente de él, miró a atrás, vio a Sailanfhe y se regresó a los brazos de Alberto.
- ¿No iras a desmayarte otra vez, verdad? – le preguntó Alberto en un tono casi sarcástico.
- Pero él… eso… no es humano – dijo ella sin apartarle la mirada.
- Bueno, sí… pero ese no es motivo para que te asustes, ¿no? – dijo Alberto calmadamente, en realidad, sabía que había desbordantes motivos para que alguien se asuste, pero el podía mantener la calma, tal vez, por lo que era.
- ¿Esto es en serio, Alberto? – Dijo Milagros mirándolo seriamente – no me veas por tonta.
- Discúlpenme – dijo Sailanfhe – yo… creo que hay que aclararnos unas cuantas dudas.
- Mientras la niebla se disipa – dijo Alberto calmadamente – intercambiemos información.
Primero comenzaron Milagros y Alberto presentándose como tales, le contaron a Sailanfhe como era su mundo de manera puntillosa tanto en lo bueno como en lo malo, también hablaron de Dios y de la aventura que tuvieron en el Infiernillo, de cómo quedaron atrapados en el templo y de como Alberto y Milagros desaparecieron de ese lugar para aparecer en Kirslor.
Sailanfhe estaba más que impresionado con toda esa historia, inclusive con los hechos poco creíbles, pero, más que nada, con saber que había vida inteligente en otros planetas.
- Quisiera hablarles primero de mi planeta – les dijo Sainlafhe en un tono muy respetuoso – pero, ya que veo que tendrán una larga estancia aquí… les hablaré de mí y de Kustor. Yo soy un científico, estrictamente un astrólogo, nací y crecí en una comunidad pacifica y serena, la religión, aunque trataron de imponérmela, yo nunca la acepte… hasta ayer.
- Esto que nos cuentas, ¿que tanto se relaciona con nosotros? – le preguntó Milagros extrañada.
- Mucho, y es que en estos últimos días han sucedido tantas cosas desconcertantes que una considerable muchedumbre ya piensan que este es el fin del mundo.
Alberto y Milagros se miraron, si ellos solo eran una parte de lo que pasaba eso podía ser grave, además, Alberto quería saber para que había llegado hasta aquel planeta y si el fin del mundo también se acercaba en la Tierra.
- ¿Qué es esto del fin del mundo? – le preguntó Alberto en un tono muy serio.
- Lo explicaré desde el principio – le respondió Sailanfhe – todo comenzó con unas extrañas ondas de radio que nunca habíamos detectado y que provenían del espacio profundo, nadie le hizo caso, claro… era obvio. Esto paso hace ya unos quinientos años. Sin embargo con el pasar del tiempo, los satélites más avanzados y un mejor estudio de estas ondas permitieron confirmar a la gente que esas “ondas” se acercaban a gran velocidad.
- No nos dirás que nosotros éramos esas ondas… ¿verdad? – le dijo Milagros asustada por la diferencia de tiempo.
- No, ustedes fueron un milagro caído del cielo, eso… eso es una maldición gris.
- ¿Ah? ¿Gris? – dijo Alberto tragando saliva, como si una sensación de terror hubiese invadido su alma.
- Poco después comenzaron a aparecer en el cielo y en el mar – continuó Sailanfhe – revoloteando y aterrando a la gente en un principio, también se hicieron apariciones de seres extraños y casos de extrañas desapariciones… aun así llegamos a pasarlo por alto y así estábamos hace cinco años.
Alberto apretaba los puños y escurría un sudor frío por cada uno de sus poros, no sabía de que se trataba, pero igualmente le infundía un temor fóbico.
- Pero hace ya como un mes, se aparecieron ante nosotros – continuó Sainlafhe – nos pedían a nosotros, y no sabíamos como entenderlos, la mayoría eran bajos, insignificantes en altura comparado con nosotros, pero sus armas era devastadoras. Su anatomía monstruosa, débil y desagradable. Y los llamamos…
- ¡Grises! – Dijo Alberto casi gritándolo con los ojos vidriosos y con un escalofrío terrible recorriéndole el cuerpo – sigamos en otro lugar… por favor.
- ¿Alberto? – Le dijo Milagros sujetándole la mano - ¡Estas helado! ¿Por qué estás tan asustado?
- Por que hay tres formas de vida inteligente en este planeta, ¿No es así Sailanfhe?
Y mientras él asentía la niebla se iba disipando lentamente, el azul abrumador y algo ofensivo que llenó los ojos de los humanos y los hizo sentir realmente confundidos invadió todo su rango de visión, para cualquier lado que se viese el color era azul y sus derivados, con excepción del sol que era blanco. |