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Observador, tráfico de ideas baratas que acompañan el momento que por momentos se siente ajeno, por momentos lejano y por momentos tan cercano que sentís que podés abrazar la quintaesencia sin siquiera poder respirar; el color celeste medicina acompañó por segunda vez la vida que por momentos atalaya al mundo desde una camilla, esta vez fue por pura pasividad, por pura inquietud o talvez por una jugada de ajedrez mal posicionada, en realidad no importa, al final el hecho presente queda como una memoria del pasado que se resguarda en el cajón de la memoria para ser traspapelado junto a muchos otros recuerdos adulterados de la vida, que a pesar de la realidad y el mundo en algún momento llegan a representar "mi" realidad sin temor a sufrir cambios efímeros por el mundo, por la gente o por mi propio egocentrismo.
En tierra ajena, el piso de mármol barrido por la escoba de la apariencia, los techos aún con las telarañas de la ingratitud; el techo con las manchas de dolor que otrora fueron gritos de agonía, vómitos del alma apuntalados al Creador y rebotados por impertinencia de la gravedad; sangre salpullida y corroída en las paredes del tiempo que separan el área de maternidad, pediatría y emergencias; el olor a alcohol que sahuma el ambiente y lo hace más descriptible, más caótico o más complaciente (creo que es redundar) hacían sobrevivir los minutos de espera en medio de los quejidos de las personas, las lágrimas de la mamá que tiene en regazos a su niño, el llanto por el ser que se ha ido para no regresar, la impertinencia de la enfermera con la lista de pacientes en espera, el ir, venir y devenir de los doctores mostrando los signos de cada uno de los pacientes a los demás colegas, el armatoste del reloj desquebrajado marcando uno a uno los minutos en parsimonia con el universo que, al igual que el suero que entra por mis venas, corre lentamente, casi sin avanzar.
Tres de la mañana. La lluvia la puedo ver correr por la ventana, el calor sofoca las sábanas que cubren mi humanidad, (maldito sistema, ya no tengo nada...¡déjenme ir!), las luces rojas que tiritan en medio de la nada se acercan lentamente a la puerta, una ambulancia es la responsable de ese ruido que espanta el sueño, bajan rápidamente tres paramédicos con el sudor en la cara, en el medio levita una anciana, luego miro que no es cierto, que está sobre una camilla y que seis brazos la sujetan; entra rápidamente, ella con la mirada perdida hacía el cielo negro y nublado, dicen que es diabética, y les creo: Diabética por lo dulce que se le miran los blancos cabellos, por el azúcar que tanto ha brindado a la vida, y yo apenas conociéndola así, tan de repente que me da la impresión de ver un ángel de cabello blanco, con las alas depositadas junto a sus zapatos de hule, su vestido color café siglo diecinueve, sus ganchos de pelo y una que otra gota de sangre entretejida con el sudor. Sigue lloviendo.
Apenas amanece, y con ello solamente puedo apreciar los rastros de las agujas sobre mi cuerpo, volteo rápidamente hacia mi derecha y la anciana permanece acostada, sola en el cuarto, sola en mente y sola en este espacio-tiempo. Recostada en la pared desgastada, apenas logra levantar el brazo para otra muestra de sangre y se resigna con la vida; logro distinguir un halo, pero luego me doy cuenta de la realidad y es tan sólo mi imaginación y una mancha de moho incrustada en la ventana lo que distorsiona la realidad y me da por instantes una sensación de alivio, placebo y divinidad pre-fabricada. Talvez es el olor a calmantes o la sensación de estar sin estar lo que me hace delirar lo que agnósticamente nunca he creído ni nunca creeré (eso decía ayer).
El sol omnipresente hace aparición por estos rumbos, los pájaros trinan y alegran un poco el sólido-celeste ambiente que deambuló como la muerte en la noche. ¡la muerte!... volteo de nuevo a mi derecha y miro solamente una enfermera acomodando la camilla y vistiéndola con una nueva sábana blanca, la camilla está vacía, las telarañas desaparecieron y el olor a húmedo abandonó el lugar. No quise preguntar absolutamente nada, oigo comentar a dos doctores acerca de dos decesos durante la noche, una de un paciente con cáncer pulmonar, la otra...suena el alto-parlante y no puedo escuchar nada, prefiero no haber escuchado, prefiero creer que ella nunca estuvo allí y que se mantiene en aquella casa a la orilla del río, lavando ropa en la pila, con la sonrisa en los labios y el halo que imaginé, ahora es de azúcar.
(Transcurre la mañana, medio día, y soy dado de alta, experiencias de la vida...pan pa´tu matate)

Texto agregado el 21-04-2004, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-04-2004 Exelente narracion, trasporta, da muy buenas imagenes, y sobre todo el sentimiento hacia aquella que seguro sigue lavando ropa en la pila. saludos. elespectador
 
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