Cuando Julián producto de la causalidad encontró a Cristina en aquella fiesta sin proponérselo, empezó a sospechar que algo extraño le estaba pasando. Al cruzarse con ella por cosas de Dios, recordó fugazmente todas las características del atuendo que ella llevaba cuando la conoció. Algo inusual para un ser despistado por naturaleza. Los días transcurrían y en su mente aparecía su imagen, como especie de accidente mental. Los deseos de llamarla se hacían presentes pero la ansiedad era controlada. Hasta que un día decidió quitarse la mascara. Decidió enviarle su primer mensaje de texto a través de su celular. El tiempo pasaba sin el recibir una respuesta ni a sus mensajes ni a sus llamadas. En su mente persistía la idea de que a fin de cuentas no había recibido muestras de rechazo, lo cual representaba un consuelo. Todo parecía indicar que desistir era lo adecuado. Pero inexplicablemente para el, por razones divinas, recibe una llamada inesperada de Cristina. El motivo era la invitación por parte de ella, para que fuese su compañero de viaje. Las interrogantes no se habían despejado pero en realidad carecía de importancia, lo pasado dejaba una ráfaga que a ninguno de los dos les interesaba discutir. Las explicaciones sobraban. Solo existía tiempo para amarse y comprenderse. De las estadísticas de Julián lo único que importo fue el resultado final la ecuación que constituyo la realización de su sueño, realmente valió la pena la espera, los 26 mensajes, las 13 llamadas y los 190 días forman parte de un recuerdo ,pero en su presente solo existe espacio para el amor.