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-Está bien, vengo mañana en la tarde.
Había esperado con ansias ese encuentro casual con el tipo del cual le habían hablado. Era él un muchacho recién salido del mundo interior del internado, sus días de largas noches y desvelos estudiando, o por veces acompañando las tertulias sonámbulas con los demás muchachos había terminado. Cierto que él antes de entrar por tres años a aquel edificio que está cerca de la estación del tren había sido un habitante errante, caminante incansable por trópicos, desiertos y ciudades del país. Hasta que llegaron a promocionar esa oportunidad.
-Andate allí, allí están los alemanes, allá está el futuro- le había dicho aquella tarde en la finca su papá, él, trabajador en fincas cafetaleras y escritor elocuente que escribía sus versos en la parte posterior de los recibos de pago nada tenía que ver con ese mundo, el mundo de la revolución industrial, el mundo gris, frío y oxidado de las máquinas. Más por alguna burla o mala jugada del destino y de la ironía andaba ahora en busca de trabajo en algún taller, por las calles desiertas, y repletas de gente a la vez.
Ya le habían dicho de un trabajo en una tienda de electrodomésticos (que mierda dijo él), más no era así, era en la parte oculta de todo negocio, en la parte de reparación, en la parte del sótano con todos esos trabajadores portadores de gabachas manchadas de aceite y de esperanzas. El "payaso" había trabajado allí por un tiempo y le dio un nombre y una dirección escrito en un billete de quetzal, le dijo que lo localizara, que él andaba buscando patojos del instituto para un chance, pero que él no podía porque tenía que irse para la capital. Guardó entonces el papel en la bolsa de su camisa y siguió caminando rumbo a la terminal.
Tomó la camioneta y en tumbo distraído y fugaz pudo ver que la carretera se encogía cada vez más, el sueño era pesado a esa hora y tuvo que recostar la cabeza en la ventana para ceder ante el cansancio.
Llegó a su casa y vio el insólito mundo real otra vez, la humareda en la cocina, los güiros del vecino bajando naranjas del palo que estaba enfrente de la casa, las gallinas en la entrada de la sala le daban la bienvenida, su papá estaba en la finca como de costumbre, pero algo raro había en el ambiente, un sentimiento de culpa e impotencia lo invadió por un momento, era algo que él tenía que asimilar o bien, cambiarlo de alguna forma. Decidió no entrar y regresar al pueblo en busca de su destino latente.
Todos los recuerdos en imágenes, palabras, olores y sabores perpetuaban el viaje hasta hacerlo interminable, pensaba en qué podía hacer ahora, pensaba en todo y en nada a la vez, pensar era su delirio, acumular recuerdos su manía... los acumulaba como en un cuarto y los ordenaba de tal forma, que podía sacar provecho de aquello que para muchos es un pesar (ridículo).
-Esos gringos de mierda se vienen a apoderar del país, no tardarán en volver a Guatemala una colonia más- decía a su espejo interior, miraba señoras decrépitas envueltas en toallas con los colores rojo, blanco y azul, estaban sentadas a la orilla de la carretera y reflejaban muy bien la realidad o la no-realidad que atravesaba en ese momento por su cabeza. La dignidad del hombre tiene un precio, más él no lo aceptaba, nunca lo aceptó; sabía que a pesar de la situación él no podía ser un miembro más del estado, en ese momento le vinieron frases de Marx, Gómez Carrillo, partes de una canción de los guaraguao que había escuchado en alguna parte.
Bajó de la camioneta y el calor húmedo le hizo enjuagarse la cara una vez más, creyó que se podría acostumbrar al calor, al olor de la gente, de la basura en las calles, del desorden y de la vida, pero él no lo podría concebir, él sabía que la vida muchas veces guarda mejores cosas de las que se esperan, y él esperaba mucho. Miró la dirección escrita en lápiz carbón y vio que era cerca de esa zona.
Caminó unas cuantas cuadras y llegó al lugar: Allí estaba, allí estaba la oportunidad y decidió entrar disimuladamente sin saber que le esperaba, más un tipo gordo, con la camisa húmeda en la parte de las axilas lo esperaba en una oficina desértica, era tan malo el lugar como él se lo había imaginado, tan malo y tanto que hacer que ya no esperaba el momento de empezar.
-vengo por el trabajo -dijo tímidamente-
-¿y qué es lo que sabés hacer? -preguntó distraídamente el rechoncho, viendo la calle por la ventana.
-Sé acumular cosas en alguna parte, ordenarlas y ponerlas a funcionar.
El tipo volvió la vista, el sudor resguardaba en sus labios y en un aire inesperado le señalo una ventana: -tools room-. De ahora en adelante te vas para la bodega, allí podés empezar patojo, luego vamos a ver para cuánto das.
Fue con otro tipo que estaba recostado a la par de la puerta -tools room-.
-Soy nuevo aquí, ¿cuándo me presento o qué tengo que traer?
-Ah, usted es el nuevo túlrumero, bueno, traiga su gabacha, mejor si ya la trae manchada de grasa, lo esperamos mañana en la tarde...
-Está bien, vengo mañana en la tarde.

Texto agregado el 21-04-2004, y leído por 153 visitantes. (0 votos)


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