La Cenicienta ciega


Había una vez, en un reino lejano, un joven príncipe que aún no conocía el hechizo del amor. Cierto día, recorriendo el bosque, se encontró con una hermosa muchacha invidente.

Hubo, desde el primer momento, química entre ellos. Esa tarde caminaron, charlaron y rieron hasta que los sorprendió el crepúsculo. Antes de marcharse, él la invitó a una gran fiesta que su padre daría en honor a la verdad. Ella, encantada, aceptó él invite.

Llegó el día. El palacio estaba que explotaba: música bolichera, bebidas gratis, canapés de todos los colores y estertóreas risotadas invadían el aire del salón real.

Sentada, callada y ciega, la intuitiva mujer aguardaba a que su momento llegue.

Un golpe de silencio y oscuridad cayó como guillotina. “El apagón del siglo”, titularían los diarios de mañana.

Ella tomó las riendas de la situación. Entre penumbras, animó la fiesta como pez en el agua. Jugaron al gallito ciego, a las escondidas, y al veo veo. El Rey, la reina, la Corte, todos la adoraron; él también por supuesto.

Cuando llegó la medianoche, se hizo nuevamente la luz. Todo volvió a la normalidad. Cenicienta, otra vez, había vuelto a quedar ciega.

Él, tímidamente, se le acercó. Quiso, formalmente, declararle su amor. Sintió que un nudo comenzaba a hacérsele en la garganta.

Vayamos al cine -dijo ella, como para romper el hielo-.
Espontáneamente, todos estallaron en una gran carcajada...

El, entonces, cerró sus ojos.

Ella, entonces, abrió sus labios…

Se besaron casi infinitamente, y vivieron felices por un buen tiempo.


GAZULO®
30 DE NOV. 2003