Sentado sobre el frío asiento de la vida,
diviso una luz que nunca se apaga
y que trae las sombras de tu nueva existencia
tan lejana a la esquiva mía.
Y al insuflar mi pecho y llenarlo
de las sobras que dejas día tras día,
mi existencia transcurre entre diálogos únicos
sin más interlocutor que tu olvido desnudo.
El regocijo de dedicarte mi rutina,
de renacer tras escarbar entre mis heridas
busca incesantemente exacerbar el olfato de las arpías,
para nutrirlas de un corazón putrefacto,
y que el sonido de su digestión
te despierte de tan dulce, largo, amargo y eterno sueño.
Texto agregado el 24-05-2008, y leído por 84
visitantes. (4 votos)