Al despertar a penas pude encontrar algún vestigio de mi vida. Ni siquiera en la almohada se encontraba mi cabeza marcada. En el colchón no había nada que me vinculará con el sueño de seis horas. Las sábanas estaban intactas.
Vestía un sayo marrón. Tenía algún bordado que no podía distinguir. De la nada me pare frente al espejo y sólo vislumbré mi habitación. Libros tirados por doquier, algunos peluches en el suelo, cajetillas de cigarro, maquillaje, papeles y papeles de lo que eran documentos personales (curriculums, acta de nacimiento, reconocimientos, algunos trabajos que deberían estar archivados, y que sin embargo, se encontraban en desorden), zapatos regados, ropa amontonada… el tiradero de siempre. Menos mi reflejo.
Además me sentía ridícula con ese sayo. El cabello lo tenía suelto y caían hasta los hombros. Y a pesar de la vestimenta, me sentía ligera, no había peso alguno que me atrajera al suelo.
Abstraída en obtener cierta perspectiva del cómo me veía, escuche un pequeño caminar, al voltear me topé con el “Micho” que entraba cautelosamente al cuarto y que rugía como todo gato lo sabe hacer ante algún ser extraño. Se encontraba completamente erizado y con las orejas hacía atrás, emitiendo un maullido de advertencia. No sé que planeaba hacer, pero si me podía ver era algo realmente agradable para mí. Además el gato y yo teníamos un buen pacto de adoración. Yo lo alimentaba y él me perseguía por la casa como buen perro faldero, dejando de lado los baboseos innecesarios. Aún así saltó hacía donde yo estaba y no sentí su zarpazo, ni sus dientes… era como si lo hubiese atravesado.
De pronto apareció mi hermano y lo llamó: “¿Qué te pasa gato loco?, ven acá”, y el Micho le maulló a manera de respuesta y salió detrás de él. Yo seguí a mi hermano hasta la cocina, sirvió de comer al gato y luego se preparó un vaso de leche con chocolate. Lo saludé con un “buenos días” y no obtuve contestación. Eso fue muy raro, mi gato me ataca y mi hermano me ignora ¿qué está pasando? Por un momento creí que se debía a alguna discusión absurda de un día anterior. Pero no recordaba lo que había hecho.
De un momento a otro, me sorprendió que para las 8 de la mañana yo no tuviera hambre, que no deseara un café y que no sentía el ansia por fumar. Recorrí la casa buscando a mi mamá. Su cuarto estaba vacío y en orden. De hecho no había vestigio de su presencia de una noche anterior. Me dirigí a la sala y todo estaba… extrañamente en orden, limpio; no había mochilas, ni zapatos, ni suéteres, chamarras o papel fuera de su lugar. Pasé al cuarto de mi hermano y lo que vieron mis ojos fue insólito ¡Tenía su cuarto en un orden perfecto!
Salí corriendo de ese cuarto desconocido y volví al mío. Ya no estaba como hacía unos minutos lo había dejado. Era más bien mi cuarto de cuando era yo niña; la cama se encontraba allí, al fondo, pegada a la pared; el closet de puertas de color ébano, la puerta color naranja, zapatos, vestidos y pantalones de una niña de cómo unos diez años y a demás las muñecas barbies, el play móvil y otros juguetes con los que me divertía en grande, se encontraban allí. No había espejo, no había escritorio, ni librero. Sólo la cama, el clóset, los juguetes, la ropa y un buró en el cual estaban mis calcetas.
Huí de ese lugar y fui a buscar a mi hermano. Y me sorprendí cuando atravesé la puerta del departamento. Me detuve de inmediato y repetí el procedimiento. Exhalé un grito de triunfo. ¡Siempre quise hacerlo!
Pero ¿estaba muerta? Aceptar que estaba muerta era algo que no sentía. No me sentía muerta, pero tampoco viva. ¡Pero podía atravesar puertas! Ahora ya podría espiar, perdón, observar a quienes quiero, cómo son cuando no estoy con ellos.
Sí, sé que suena bastante enfermizo. Sin embargo lo hice. Comencé por mi novio. Y se encontraba con una chica en plena acción sexual (algo que en realidad hubiera deseado no ver y no saber). Los vi durante un buen rato (más bien, hasta que se cansaron) cambiando de posición, jadeando, gritando, excitándose con todo lo que tuvieran a su alcance. ¡Y qué orgasmos tan envidiables! Jamás había sentido un orgasmo y sentí un orgasmo estando allí con ellos. Y ni siquiera me sentía excitada.
Salí del cuarto, les di cierta privacidad. ¿Qué necesidad tenían de que yo estuviera de metiche allí?
Ni siquiera merodee por los otros cuartos del departamento. Eso sí, había un tiradero por todos lados. Los trastes sucios, la estufa estaba asquerosa y en la única mesa que existía había discos, juegos de mesa, trastes sucios y una capa de polvo de cómo cinco centímetros de espesor. ¡Y ni qué decir del piso! Uggg diez centímetros de tierra.
Como no salieron del cuarto, me fui a dar una vuelta. Todo se sentía diferente. Aún cuando estuve presenciando a Mi Novio con alguien que en mi vida había visto. Los celos no me carcomieron, ni por un momento desee que la chica se muriera. Algo pasaba y no sabía muy bien lo que ocurría.
Sin saber cómo, regresé a casa. ¿Qué se hace ante tal situación?
Me acosté en el sillón esperando a que llegara mi hermano y simplemente quedé dormida.
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