El día que robé mi vida cambió. ¿Quién iba a imaginar que sería tan fácil recuperar lo que desde mi nacimiento perdí irremisiblemente?
Recuerdo mi ansiedad al buscar las tetas de mi madre, grandes y rebosantes de leche. Sentía su calor, su olor me hacía girar la cabeza y abrir la boca buscándolas. Entonces oí a la enfermera chillona preguntando y la voz somnolienta de mi madre, todavía drogada por los calmantes sentenciando -¡biberón!- Esa fue la primera vez que ese don tan valioso me fue arrancado de cuajo, se lo quedó mi madre y nunca más me lo devolvió. Más tarde supe que le fue arrebarado por mi padre al día siguiente cuando decidió contra viento y marea ponerme el nombre de mi tío abuelo, Donato. -¡Qué horror!- Temblaba solo de pensar en las burlas de mis futuros compañeros de escuela.
Así fue como, sucesivamente, lo que me arrebataron sin piedad fue pasando de mano en mano. De la mano de mi padre a la de mi madre, de la de mis abuelos maternos, a la de los paternos, de la del profesor de matemáticas a la de la profesora de inglés…
Fui creciendo a merced de la voluntad de todo el que se cruzaba en mi camino, era como un tierno junco mecido por el viento.
Con el paso del tiempo la cosa no mejoró, siempre tenía que hacer lo que decían mis amigos.
-¡Venga, Boniato, tú de portero!-Con lo dificil que era para mí tomar decisiones-Intentaba adivinar la trayectoria del balón pero siempre llegaba desde el lado contrario, creo que batí el record de goles encajados.
Las chicas también manejaban mi pérdida como querían. Mi primera novia siempre hacía lo contrario de lo que le pedía: Que le pedía un beso, me decía que no. Que se lo daba sin permiso, me daba un bofetón.
Año tras año me convertí en un pelele incapaz de decidir nada por mí mismo. Hice todo lo que se esperaba de mí: Estudié derecho como mi padre. Me prometí con Mª Elena, hija del colega de mi padre, en vez de con Laura, a la que amaba en silencio. Entré a trabajar en el bufete de abogados de mi futuro suegro. Compré el piso que eligieron Mª Elena y sus padres y acepté sin pestañear la fecha de la boda.
La noche anterior al enlace me revolvía nervioso en la cama sin poder dormir. La imagen de Laura, con sus tetas redondas y exuberantes y su alegría contagiosa, aparecía turbadora ante mí. Después volvía la imagen de Mª Elena, siempre seria, plana como una tabla y sentía un hondo pesar por no poder disponer de mi arrebatado don. Realmente, estaba viviendo una vida que no me pertenecía, la que yo jamás hubiera elegido. Menos mal que a veces la vida también nos brinda oportunidades. La ocasión, primera de mi vida, llegó en la iglesia, a la vista de todos, en medio de la ceremonia. Me la ofreció el párroco con su voz solemne: -¿Quieres a Mª Elena por esposa para amarla y respetarla todos los días de tu vida?
Entonces por fin pude robar lo que me negaron todos estos años: La voluntad podía volver a ser mía porque nadie más que yo debía responder, así que me atreví a gritar con todas mis fuerzas: ¡Nooooooooooo!
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