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El signo de guerra

Toda causa merece una lucha, pero no toda lucha es digna de la causa que persigue. Miles de años han pasado y a pesar de todo, los seres humanos nunca han asimilado sus errores, y producto de sus ansiedades, miedos y ambiciones, desenvainan espadas, derraman sangre y al final, los resultados nunca son duraderos.

El relato que voy a contar, llegó a mis manos producto de una casualidad, aunque creo que fue el destino y a medida que avancemos, verás, lector, las razones que me llevan a pensar que en un acto excéntricamente vandálico, consistente en plantar semillas de un árbol en el patio de la casa de un vecino sin su permiso, encontré, mientras excavaba, una pequeña caja de madera. La desenterré, la limpié un poco y vi el número “1940”. Suponiendo que la caja databa de esta época y que mi vecino había adquirido la propiedad hace diez años, entonces no estaría robándole sus ahorros escondidos o cualquier otra cosa. Si alguien dejó enterrada esta caja hace casi setenta años y no la recobró, entonces estaría hurtándole a un muerto que a lo mejor le dé igual lo que haga con su caja. Dentro de la cajita estaba este libro que contiene la narración que voy a relatarles.


Parte 1

Capítulo 1

Todos los excesos son malos, sin embargo un emperador muy rico logró un grado de ambición tan grande que combinado por los sentimientos similares de varias otras personas alrededor del planeta, el mundo inició un lento declive y las cosas se salieron de control. Las personas nunca captaron aquel declive, debido a que estaba excelentemente disfrazado como una época de prosperidad y avances tecnológicos acelerados que nunca dejaban de maravillar a todas las personas. Llegó el momento, en que no hubo algo nuevo que inventar.

Durante aquella decadencia disfrazada, las personas comenzaron a cambiar y cada vez menos se percataban del misterio y la belleza del universo porque estaban sintonizados en esperar a que llegara el próximo invento para poder hacerse con uno y unos meses después con la versión mejorada de aquel. Cuando la decadencia se aburrió de vestir la prosperidad, se mostró desnuda y los seres humanos despojados de su capacidad de asombro y su curiosidad por lo desconocido y a veces ilógico, volvieron a desarrollarla, pero por generaciones las sensaciones que se perciben al conocer lo increíble no los maravillaron, les causaron miedo, y tenían razón ya que nunca en toda la historia se habían visto cosas semejantes. Finalmente, el adagio que reza: “todo tiempo pasado fue mejor”, adquirió validez.

Para los citadinos, el mundo era exactamente igual al que hace un par de siglos, pero los de localidades más pequeñas sabían que las cosas son un poco más sobrenaturales. Ana era una joven virgen que a los ojos de todos oficiaba de prostituta, todas las mañanas salía de su pueblo, llamado Mareigua, caminaba un poco por la carretera y esperaba a que algún transportista necesitado, preferiblemente uno que estuviera haciendo viajes desde la capital, parara y la invitara a pasar al compartimiento de carga del vehículo y calmar un poco la lujuria. Sin embargo, el despistado o simplemente inculto transportista no se daba cuenta de que mientras que desvestía a su servidora, pequeños seres humanos con alas de insecto salían de las ropas de Ana y adormecían al transportista, Ana tomaba el dinero sin prestar servicios, si entre la mercancía había algo de utilidad lo tomaba y finalmente con mucho esfuerzo sacaba al estafado del compartimiento y lo sentaba frente al timón del vehículo. Al despertar éste simplemente pensaría que se durmió y despertó justo antes de la parte interesante del sueño, aunque no recordaba cuando paró para echar una siesta. La hermana mayor de Ana, una prostituta de profesión llamada Sofía, y las personas que sabían del oscuro trabajo de las hermanas, juraban que entre las siete y once de la mañana y las dos y seis de la tarde, Ana vendía su cuerpo.

Ana, gracias a sus interesantes cómplices de estafas, conoció Miguel, un joven profesor de historia, el cual fue salvado de ahogarse en la ciénaga hace varios años por una mujer que en lugar de tener piernas tenía la cola de un pez. Aquella mujer le contó, por ejemplo, que la región cercana a la ciénaga era infernalmente caliente en vez de tener un agradable clima templado y que los seres humanos usaban un destilado de petróleo en vez de gas metano como combustible de sus vehículos. La mujer pez se llamaba Rosario y gracias a ella, Miguel conoció a Ricardo, un joven heredero de una pequeña fortuna, suficiente para vivir la mitad de una vida sin hacer nada, de hecho, habría sido una fortuna mucho mayor, tanto como para que treinta personas vivieran un siglo holgazaneando, pero el abuelo de Ricardo gastó gran parte de la fortuna en toda clase de encantamientos, limpias, embrujos y exorcismos para alejar a una misteriosa serpiente emplumada, que dio a parar por estas regiones por razones desconocidas, a pesar de que al norte existen templos y personas que le rendían culto. La Serpiente Emplumada tan temida por el abuelo de Ricardo acabó cuidando al joven heredero de las múltiples ocasiones en las que pudo morir. Estos seres sobrenaturales que desaparecieron de la vista de los humanos desde hace mucho tiempo, se mostraron a unos cuantos cuando la decadencia se hizo visible.

En Mareigua, todas las noches antes de servirse la cena, llegaban de caminar por las zonas aledañas una pareja, un matrimonio joven, él se llamaba Daniel y ella Jimena. Estos jóvenes de ciudad era la atracción en el pueblo debido a su costumbre de sentarse bajo un árbol en la plaza y contar historias a quienes se acercaran a ellos. Cierto día como siempre, Ana llegaba al pueblo con sus botines, sus pequeños cómplices escondidos bajo la falda y su cuerpo virgen; iba a una dulcería en frente de la plaza y compraba toda clase de dulces, se sentaba en un sitio cercano al árbol y esperaba a que Daniel y Jimena llegasen. Los niños que llegaban a escuchar a los cuentistas, hacían una fila para recibir un chocolate, una menta, una chupeta o un sencillo confite de las manos de Ana, se sentaban y no se llevaban un solo dulce a la boca hasta que Daniel o Jimena pronunciaran una palabra. Aquel día, Daniel se acercó a Ana y discretamente le entregó un sobre, solicitándole que no la abriera hasta pasada la media noche. Como siempre, Daniel y Jimena se sentaron frente al árbol y comenzaron a contar las historias a los niños, a los ancianos y a los ingenieros de la compañía telefónica, también citadinos, que trabajaban en la conexión del pueblo al servicio de teléfono. Una vez que los adultos llamaban para la cena, Daniel y Jimena interrumpían la historia para continuarla el próximo día. Ana regresó a su casa en la periferia del pueblo donde suele habitar la clase baja. Hasta el momento, su existencia había sido totalmente rutinaria y el suceso de hoy fue demasiado extraño. Sofía siempre regresaba después de media noche y Ana se quedaba despierta para poder abrirle la puerta, mientras tanto ella charlaba con las personitas aladas, que se hacían llamar hadas. Eran las ocho de la noche y el tema de conversación era la carta. "¿Qué es eso?" "Déjame tocarla" "¡Ábrela!" era lo único que decían las hadas con sus pequeñas voces. Ana no hacía más que recordarles lo que Daniel le pidió y que iba a cumplir con aquellas instrucciones al pie de la letra. El viento al iniciar la noche se intensificaba, se escuchaban las hojas de los árboles, papeles y bolsas volando, chocando con las fachadas de las casas; cuando las válvulas de gas que alimentaban las llamas de las lámparas callejeras eran cerradas, solo la luna iluminaba y los árboles estaban tan bien colocados que hasta el más pequeño cuarto menguante o creciente de la luna iluminaba perfectamente todas las calles. La tranquilidad era total y daba la impresión de que el tiempo se había detenido. Para contrarrestar aquel efecto, Ana encendía todas las lámparas y velas que podía y les pedía a las hadas que hablaran lo más alto que pudieran, pero por la desesperación, nadie pronunció ninguna palabra hasta que pasaron las doce. Cuando llegó el momento, Ana desató el nudo de la cinta que mantenía cerrado el sobre, y todos completamente ansiosos, se sorprendieron al darse cuenta de que la carta que venía en el sobre estaba en blanco.

Capítulo 2

En la región aledaña de la ciénaga hacía frío, y la temperatura disminuía más al finalizar la lluvia. Algunas personas relataban sobre sus viajes a la región de Bacatá y hablaban de la laguna del Zipa que permanecía congelada casi todo el año y cuenta la leyenda de que en el fondo hay piezas de oro de más de mil años de antigüedad. Bacatá llegó a ser hace varios siglos una gran ciudad tan fresca como Mareigua actualmente, pero llegó un crudo invierno que bajó la temperatura del planeta, tanto que la mitad de Bacatá está desolada y Hunza, una ciudad cercana, la más fría del país antes del invierno, actualmente está deshabitada y una capa de nieve de un metro de altura cubre sus calles. Mientras que el café se calentaba, Ana buscaba los abrigos y le preparaba el sillón a su hermana, que estaba enferma. Sofía estornudaba fuertemente, le dio gripa por exponerse a la lluvia, sin embargo antes de que cayeran las gotas hacía un excelente día y la temporada de lluvias comenzaría en un mes, así que Sofía no vio razones para quedarse en casa hoy. Ana había abrigado a su hermana y le pasaba una taza de café, antes del primer sorbo Sofía pronuncia:

-Te irás a Santos Reyes a estudiar medicina- terminada la frase Sofía estornuda, derramando un poco de café.
-¿Cómo? ¿Sabes lo que me podría pasar en Santos Reyes?
-No te pasará nada, ¿acaso no leíste la carta?
-¿Cuál carta?
-La que está en la mesa

Ana miró a la mesa. Allí estaba la carta en blanco que le entregó Daniel, no había nada más ni nada menos. Ana se paró, tomó la carta y se sentó al lado de su hermana.

-Esta carta no tiene nada escrito- dijo Ana.
-Estás muy rara hoy, dame esa carta que la leeré yo.

Sofía dejó pasar un estornudo, aclaró la garganta y recitó:

“Ciudad de los Santos Reyes, Junio 14 2301.

Ana y Sofía, mis queridas sobrinas, espero que estén bien. Soy su tía Rosa y no saben lo mucho que he luchado para hacerles llegar esta carta. Me enteré que están viviendo en condiciones precarias en Mareigua, así que me gustaría que vinieran a vivir aquí a Santos Reyes. No se preocupen ni se sientan incómodas por la invitación, es lo menos que puedo hacer por ustedes y por su madre, que en paz descanse. Las espero, mi dirección está en el remitente.

Rosa Carmela Rodríguez.”
-La tía Rosa nos está invitando, no es solo a mí- le dijo a Sofía abriendo los ojos, como siempre lo hace cuando su estado de ánimo no es bueno.
-Mira, he ahorrado para sacarte de la inmundicia, yo me quedaré aquí y trabajaré por si necesitas más dinero. La tía Rosa no tiene para pagar una carrera de universidad, mucho menos medicina. Cuando acabes me sacarás de aquí.

Sofía pronunció aquellas palabras con un tono neutral y pausado, cuando hablaba así, era la última decisión y no había forma de irse hacia atrás. La vida de Ana ya estaba planeada y ni el viento o el mar podrían evitar, mientras Sofía estuviese viva, que aquel plan no se realizara.

Al siguiente día después de hacer las labores hogareñas y de alimentar a su hermana, Ana salió “a trabajar”. Sofía había ahorrado lo suficiente como para pagar estrictamente toda la carrera universitaria, no había para el viaje, libros, lápices y caprichos, pero Ana tenía para esto y de sobra. En vez de ir hacia la salida del pueblo, Ana fue al colegio y esperó pacientemente hasta que Miguel saliera a su hora de descanso. Apenas vio al historiador bajar las escaleras ella corrió y le dijo:

-Ya no hay fuga

Ana no dijo esto desilusionada, como Miguel lo esperaría.

-¿Por qué?- preguntó Miguel
-Voy a Santos Reyes a estudiar medicina, así que mi fuga se convirtió en un viaje normal y con la bendición de mi hermana.
-¿Medicina? ¿Cómo?
-Sofía ha ahorrado desde que es prostituta, pensó que obtendría el dinero suficiente para mandarme a Santos Reyes apenas acabara el bachillerato, pero no fue así. Hace una semana completó el dinero.
-¿Cuándo te vas?
-En Julio, pero eso no es tan importante
-¿Cómo que no? Nos vamos de este pueblo y tú te irás legalmente
-Pero no viviremos juntos. Mira, ayer recibí esta carta de Daniel, estaba en blanco cuando la vi por primera vez, pero Sofía la leyó y supuestamente es una carta de mi tía Rosa.- Ana le pasó la carta a Miguel
-¿Carta de tu tía?- dijo mientras que la leía -¡Esta carta es del ministerio de educación! ¡Me aprobaron el puesto para enseñar en la universidad! ¿Cómo te entregaron esta carta a ti? ¿Te percataste que era la de tu tía?
-¡Si! ¡Dame eso!- Le arrebató la carta y la miró, estaba en blanco –Ustedes están locos, aquí no hay ni un punto.
-Que es del ministerio, mira bien, el escudo del país; mira las letras “Ministerio de Educación del Reino de Granada”.

Miguel señalaba con el índice las letras y el escudo, pero Ana seguía sin ver algo en la carta. Unas letras aparecieron.

-¿Cómo? ¡Mira esas letras, aparecieron solas!- exclamó Ana.
-Deberías ir al siquiatra
-¡Mi hermana y tú!; aquí no hay ninguna carta del ministerio o de mi tía Rosa. Solo están estas palabras: “No te preocupes, todo es real”

Miguel detalló cada centímetro cuadrado de la carta y no encontró aquella frase. Decidió dársela a Ana, con la condición de que la regresara en cuanto encontrara la carta de la tía Rosa. Miguel se dirigió a la sala de profesores.

Ana caminó hacia la plaza, al lado de la dulcería había una farmacia. Pidió unas pastillas para la gripa y le pidió al boticario que leyera la carta.

-¿Pero cómo?- dijo el boticario con una expresión de asombro y alegría –Esta carta es de Santos Reyes, dice que mi madre sigue viva… ¡hay más personas! Ana, ¿quién te dio esto?
-Fue Daniel…

Ana estaba más que aturdida. Al parecer la carta mostraba las cosas que más querían las personas. ¿Era todo verdad? Las personas se acercaban y se daban cuenta de cosas que les causaban alegría, pero ella solo veía “No te preocupes, todo es real”. Luego de varios minutos, Ana recobró la carta, pagó las pastillas y se puso en camino hacia su casa. Una de las hadas la detuvo, exigiéndole que fuera a la ciénaga con la carta. Ellas también veían el “No te preocupes…”, sin embargo lo único que les causaba era preocupación.

Varios minutos después, frente a la ciénaga, Ana conoció a Rosario, la sirena que había salvado a Miguel de ahogarse. La criatura rectificó, lo único que veía en la carta era el “No te preocupes…”.

-Mira- dijo Rosario –Ricardo, el heredero de la finca que queda en la vía hacia Gran Venecia, conoce a la Serpiente Emplumada. Creo que la serpiente sabe de eso, ella ha vivido mucho más que yo.

Gran Venecia es el reino vecino a Granada. Las personas, sobre todo en Santos Reyes, solían ir a la ciudad de Maracayé a comprar todo lo que en Granada era caro, como automóviles y novedosos inventos que no usaban combustibles sino una extraña energía llamada “electricidad”, que ya era muy común en las grandes ciudades. La finca estaba a media hora en automóvil, así que Ana, como si fuera a “trabajar”, esperó a un camionero necesitado, al que le pidió un aventón hasta la finca antes de tener sexo. Como siempre, las hadas durmieron al camionero que estaba desvistiendo a Ana. Entraron a la finca y las hadas fueron a buscar a la Serpiente Emplumada mientras que Ana esperaba escondida en unos arbustos. Pero esconderse fue inútil. Ricardo la encontró, casualmente él también buscaba a la Serpiente Emplumada.


Capítulo 3

En los últimos meses, el té se ha encarecido tanto, que ya no se compraba té importado de los imperios lejanos de Oriente, sino que se compraba un té cultivado en el país de la Serpiente Emplumada, que era de sabor más amargo. Ricardo era del grupo selecto de personas que sienten más intensamente los sabores que los demás, por lo que no aguantaba aquel nuevo té y resolvió escaparse de su madre a la hora del té. Ricardo no tenía cómplices en la finca, los celadores o la servidumbre lo llevarían de inmediato a la casa con su madre, por lo que Ricardo buscaba la compañía de la Serpiente Emplumada. La poca complicidad entre Ricardo y la servidumbre se debía a la sobreprotección de su madre y él, que vivía leyendo libros nunca conoció lo suficiente al mundo. Inocentemente, en vez de llamara gritar y pedir ayuda a algún celador, le preguntó a Ana su nombre, y la razón por la que estaba escondida.

-Yo- contestó Ana, con una sensación de alivio, aunque insegura –me estaba escondiendo de ti
-¿Por qué?- se notaba la inocencia en la forma de hablar de Ricardo
-Es que estoy esperando a la Serpiente Emplumada, si me encontrabas tú o algún celador, me sacarían de acá
-Los celadores te sacarían, pero yo también estoy buscando a la Serpiente Emplumada. ¿Para qué le necesitas?
-Es que… esto es un secreto, tengo unos amigos que son unas personitas pequeñas con alas de insecto, tengo esta carta y hay un problema con ella, el resto de la historia es largo, pero llegué acá porque me aconsejaron visitar a la Serpiente Emplumada.
-Muéstramela

Ana le pasó la carta a Ricardo, sin embargo el no vio alguna letra o mensaje, ni siquiera el “No te preocupes…”.

-Es un pedazo de papel en blanco- dijo Ricardo

-Es una carta mágica- dijo una voz profunda. Poco a poco del cielo, descendió una serpiente, tan larga como el cuello de una jirafa, hacía un movimiento como si estuviese arrastrándose como las serpientes normales pero en el aire. Sin embargo, la serpiente tenía dos brazos y dos pequeñas piernas. Aquella era la Serpiente Emplumada.

-Ricardo no ve nada, porque quien haya encantado la carta no pensó que él la fuera a leer- dijo la Serpiente –. Para ti, señorita, hay un mensaje muy especial.
-Si- respondió Ana –Dice que no debo preocuparme y que todo es verdad
-Entonces confía- respondió la Serpiente –Se avecinan tiempos muy interesantes, tu amiga la sirena te comentará sobre eso.
-¿Pero cómo…?- Ana no alcanzó a terminar la pregunta cuando la Serpiente responde:
-Los pueblos del norte, hace casi mil años me consideraban un Dios, de hecho solo soy un capricho de El Verdadero.
-¿Capricho?- dijo Ana
-Hace millones de años yo y varios de mi tipo éramos serpientes comunes y corrientes, pero Dios, antes de lanzar el Diluvio, nos dio la razón, nos dio plumas y nos dio la capacidad para volar. Yo floto, pero unos primos míos, similares a los cocodrilos tienen alas.
-Los cocodrilos alados- Ricardo tomó la palabra –viajaron hasta Europa, las demás serpientes viajaron a los imperios Orientales y la Serpiente Emplumada viajó hasta los países del norte, más exactamente al Reino del Centro de la Luna. Cuando los habitantes de aquel lugar lo tomaron como a un Dios, tuvo que irse.
-Niña- dijo la Serpiente –sugiero que regreses a tu pueblo. Ricardo, comienza a hacer maletas.

Ana se fue, pero Ricardo estaba confundido por la orden que le dio la Serpiente, sin embargo, la Serpiente Emplumada era sabia, había que hacerle caso. Ana regresó al pueblo tal y como había llegado a la finca, sin embargo, todas las personas estaban comenzando a salir. Ana divisó a Daniel y corrió hacia él.

-¿Qué sucede?- preguntó Ana
-Miguel dijo que se acerca un terremoto. La gente le cree porque predijo la inundación que causó la ciénaga hace algunos años.- respondió Daniel.
-¿Me haces un favor?
-¿Qué necesitas?
-Busca algún transporte que nos pueda llevar a mi hermana, a Miguel y a mí a Santos Reyes.
-Pueden irse con nosotros
-¿Hay espacio para todos? Además llevamos mucho equipaje y…
-Si, no te preocupes, busca a Miguel y a tu hermana, ve a mi casa y nos iremos.

Ana corrió hacia su casa y encontró a Sofía empacando ropa y objetos en las pocas maletas que había en la casa, con todo el esfuerzo que le permitía su enfermedad. Ana se dio cuenta que aquellas pertenencias eran suyas, no había ropa ni objetos de Sofía en las maletas.

-¿Y tus cosas?- preguntó Ana
-Lo mío no importa. Toma esa maleta, ve a mi cuarto y abre un hueco en el techo, tan pronto cruja la madera, apártate.

Ana tomó una pala, se subió sobre la cama de Sofía y con un solo golpe logró hacer crujir la madera del techo. Inmediatamente saltó de la cama, se paró bajo el marco de la puerta y vio como miles de monedas de oro caían sobre la cama junto con polvo y escombros. Ana tomaba grandes cantidades de monedas y las metía en la maleta, sucias, con pedazos de madera. Ya habría tiempo para limpiarlas, había tanto oro que Ana necesitaba otra maleta. Regresó a la sala, dejó la maleta llena de oro, y cuando iba a ir a la puerta llamaron. Miguel se presentó con una maleta.

-Creían- dijo Sofía -¿Qué no me sabía sus planes? Miguel, ayuda a Ana.
-Podemos calmarnos- dijo Miguel –el terremoto comenzará en siete horas y para ese tiempo ya estaremos en Santos Reyes.

Después de empacar, se dirigieron hacia la casa de Daniel y Jimena, quienes habían contratado un bus para transportarlos a ellos y a quien quisiera a Santos Reyes, o a algún pueblo en el camino. Cuando el entró en la carretera, el pueblo ya había sido evacuado a la mitad. En el bus viajaban Ana, Sofía, Daniel, Jimena, Miguel y los ingenieros de la compañía telefónica.

-Llegaremos en siete horas- dijo Daniel –Miguel, ¿cómo puedes predecir esto? Te pueden acusar por adivinación o brujería
-Yo no adivino. Todo en este mundo está relacionado y cada evento tiene una fase latente, una fase de desarrollo y una fase de efecto. Todo puede predecirse cuando inicia la fase latente, pero hay algo raro en lo del terremoto
-¿Qué?- preguntaron todos.
-La fase latente inició hace varios meses, la fase latente de un terremoto inicia días antes
-¿Entonces por qué no nos advertiste antes?- preguntó Jimena
-Estaba confundido, mira, los eventos que te dan pistas sobre la fase latente se llaman “signos”, los signos se presentaron hace meses y tengo una amiga que sabe interpretarlos mejor que yo, ella veía desastres pero los signos eran muy confusos. En la mañana resolví que era un terremoto y alerté a la gente.
-Esto es increíble- dijo uno de los ingenieros –acabamos las instalaciones en la mañana y la primera llamada fue para alertar a los pueblos aledaños y a Santos Reyes, la segunda llamada fue a la compañía para avisarles que se iba a perder la inversión.

Ana miraba por la ventana del bus, ella vio, un poco lejos a una serpiente voladora que tenía a cuatro personas sobre su lomo y sostenía maletas con sus brazos y piernas.


Capítulo 4

La geografía de la región caribe del Reino de Granada, consiste en el norte, una península desértica, hacia el sur hay una gran sierra nevada, al sur oriente de la sierra está Santos Reyes, varios kilómetros al sur está la ciénaga y los pueblos aledaños, y acaba con el inicio de la gran Región Montañosa. Al sur occidente de la sierra hay una gran llanura y otra ciénaga, mucho más grande que la ciénaga de Mareigua. Esta región está separada del reino de Gran Venecia gracias a una pequeña cordillera. La razón por la que la fase latente del terremoto duró tanto tiempo era porque el terremoto resultó ser una avalancha de soldados granvenecianos, dispuestos a causar desastres, como Rosario había predicho. Los ejércitos de Gran Venecia tuvieron que sobrepasar este difícil obstáculo, ya que el frío en las cordilleras era insoportable, pero aquellos hombres parecían tener un atributo, casi diabólico, que les daba la fuerza para soportar las largas y frías caminatas. Rosario confundió un signo de terremoto, con un signo de guerra. Los soldados, aunque destruyeron pueblos y derribaron las recién instaladas líneas telefónicas, no pudieron asesinar civiles o algún blanco político, porque ya habían sido evacuados.

En Santos Reyes, el alcalde prometió refugio y comida, además que ya iban a mandar una comisión a la región de la ciénaga para evaluar los daños del terremoto. Según Sofía, el alcalde parecía inseguro y se le notaba que no quería a los cenagueros en su ciudad. De ser posible, el alcalde habría preparado alguna forma de evitar que los cenagueros llegaran a Santos Reyes. En ese momento, todos partieron a los lugares donde les darían refugio. Ana, Sofía y Miguel se dispusieron a ir a casa de la tía Rosa. Concientes de la cantidad de dinero que llevaban, llamaron a un taxi y se emocionaron con las maravillas del mundo citadino, autos con calefacción, alumbrado eléctrico, avisos publicitarios iluminados, cientos, cientos de árboles de mango y grandes rascacielos. Lo que más les fascinó fue el avión, el hombre ya había conquistado los cielos.

-Si esos aviones se parecieran más a los pájaros- dijo Miguel –no harían tanto ruido.

El taxista rió para sus adentros, si hubiese sabido de la cantidad de oro que llevaban los pueblerinos en ese momento los habría robado, pero cuando bajó las maletas y los vio abrir una de ellas para sacar una moneda y pagarle, estuvo a punto de tener una crisis nerviosa, pero vio el lado bueno del asunto, ya sabía en donde vivían los inocentes provincianos. Llamaron a la puerta y les abrió un joven, quien les aclaró que la tía Rosa vivía en la casa de al lado.

La casa de la tía Rosa no era muy presentable en la fachada, pero adentro estaba muy bien decorada, llena de muebles, excelentemente dotada. La tía Rosa había preparado una cena para varias personas, se alegró porque había suficiente para todos, pero iba a sobrar comida y habría que botarla. Ana inmediatamente preguntó:

-Tía, ¿por qué nos mandaste la carta con Daniel?
-Necesitaba un mensajero un poco menos, como decirlo, “profesional”, quería asegurarme que la carta llegase a ti, antes de usar el servicio postal fui a la terminal de transportes y al ver que él se dirigía a Mareigua, decidí entregarle la carta. ¿La tienes?
-Sí señora- la sacó de un bolsillo.

La tía Rosa abrió el sobre y para la sorpresa de todos, las letras impresas eran el “No te preocupes, todo es real”. La tía explicó que hace unas semanas, sus amigas le recomendaron que visitara una astróloga, aunque aquella astróloga siempre corregía y se hacía llamar “lectora de signos”. Siempre dijeron que a pocas personas les adivinaba el futuro, pero cuando lo hacía, lo lograba con una precisión increíble. Naturalmente, la tía fue a probar suerte y el día que llegó, la “lectora de signos” interrumpió la cita que tenía para pedirle a la tía que regresara al día siguiente y trajera papel, pluma y un sobre. La tía hizo como le fue pedido y al siguiente día en la cita, la lectora de signos tomó la carta y escribió el “No te preocupes…”, luego pasó sus manos sobre la frase y la borró, le pidió a la tía Rosa que redactara la carta a Ana y Sofía, después hizo el mismo gesto con las manos y borró las letras, y finalmente anotó una lista de nombres de personas que se creían estaban muertas por un accidente de un bus saliendo de Santos Reyes a Mareigua, pero de hecho, estaban vivas en el hospital. Luego de unos cuantos consejos, la lectora de signos se quedó con la carta. Aquella noche se perdieron varios papeles en la secretaría de educación, algunos eran tan importantes que venían con el sello del ministerio, pero para alivio de los funcionarios reaparecieron siguiente día, excepto uno en el que le notificaban a Miguel Álvarez que su solicitud de empleo en la universidad fue aceptada. La lectora de signos entregó la carta a la tía Rosa, y le exigió que se le fuera entregada a su sobrina personalmente, que evitara en lo posible el servicio postal. El resto de la historia ya se sabe.

Una vez que la tía terminó su historia, de la carta comenzó a brotar tinta negra, Ana tomó un pañuelo y dejó que la tinta goteara sobre el, cuando ya no hubo más tinta poco a poco se fue dibujando la carta del ministerio de educación.

La tía Rosa vivía en una casa pequeña a pocas calles de la plaza principal, donde se encuentra la primera iglesia de Santos Reyes y la Alcaldía. Tal como Sofía había supuesto, el alcalde dio el discurso con una voz muy insegura y de hecho, el ya tenía un plan para evitar que los cenagueros vinieran a Santos Reyes en búsqueda de refugio, porque el gobierno central ya sabía de las amenazas de guerra por parte del reino de Gran Venecia y el alcalde, considerando que los pueblerinos de la región de la ciénaga no eran dignos de recibir refugio en Santos Reyes, decidió trabajar como si nada hubiese pasado y dejar a los provincianos a su suerte. Aquella noche, sucedieron tres cosas interesantes. La primera fue que el alcalde se quedó hasta tarde trabajando, ya que estaba gestionando el acomodamiento y los alimentos de los desplazados. Pasaron las horas y los celadores no supieron por qué el alcalde no había salido del edificio, hasta que a las seis de la mañana, subieron y lo encontraron muerto, le habían disparado en la cabeza y se había desangrado sobre el escritorio. Lo segundo, fue que el malicioso taxista llegó a la casa de al lado con unos amigos dispuestos a robar el dinero de Ana y Sofía, abrieron la puerta y se sorprendieron al encontrar a una gigantesca serpiente con pequeños brazos y piernas, que los sacó de la casa lanzando una llamarada de su boca. En aquella casa, se estaban quedando Ricardo, su madre, una criada, el celador de la finca y la Serpiente Emplumada. Finalmente, unos moradores del río de Santos Reyes, vieron a una mujer que en lugar de piernas, tenía una cola de pez, como la de una escultura que estaba bajo el puente que conectaba el pequeño distrito norte de Santos Reyes con la ciudad principal.


Capítulo 5

Santos Reyes quedaba a pocos kilómetros de la Sierra Nevada, así que el clima era más frío que en las regiones de la ciénaga, pero aún no dejaba de ser agradable. Por estos lugares, no se comentaba sobre el frío de Bacatá o la desolada ciudad cubierta de nieve de Hunza, sino de una ciudad muy al norte, siete veces más grande que Bacatá, cubierta de una capa de nieve de veinte metros y que más al norte, todo estaba cubierto de hielo. Lo mismo sucedía en las regiones más australes, al sur del País de Plata. Era domingo, Sofía ya se sentía mejor y la tía Rosa invitó a sus huéspedes a bañarse en el río de Santos Reyes. Miguel vio a la oxidada escultura de la sirena y dijo que esa escultura era de Rosario, pero Rosario era mucho más bonita. El agua del río era fría y cristalina, la vegetación en la rivera era exuberante y muy verde, había muchísima gente en el balneario.

-Aquí- comentó la tía Rosa –vienen personas de todas las clases sociales, sin embargo los ricos de las demás ciudades y los extranjeros en vez de bañarse en aguas naturales, prefieren ir a unas piscinas que aunque llenas de agua, les echan una solución de cloro para mantenerlas limpias. Uno se siente extraño al salir de esas piscinas, pero cuando sales de aquí, te sientes como si el agua se hubiese llevado todos tus problemas. Tanto es así, que la gente se siente tan liviana que luego de un tiempo le urge regresar a este río y bañarse de nuevo para recuperar sus problemas, pero solo conseguirán limpiarse de los que tuvieron en los últimos días. A pesar de que todo el mundo comenta sobre esto, nunca viene más gente que el año anterior a los balnearios.

Frente al río estaba la universidad en donde Miguel iba a enseñar. Desgraciadamente, solo podría enseñar hechos comprobados, nada de lo que Rosario le había comentado. Aunque sus estudiantes y colegas no le creerían, Ana, Sofía y la tía Rosa siempre escuchaban atentas a los relatos de Miguel, en el almuerzo, el último que acabó su sopa fue Miguel ya que estaba hablando sobre las maravillas de los siglos pasados. Aquel momento en el que las mujeres se maravillaban y Miguel se jactaba de sus conocimientos, fue interrumpido por el perturbador sonido de una sirena. La gente se sumió en el caos, era una alerta de ataque. Ana dejó una moneda de oro sobre la mesa y todos corrieron hacia los parqueaderos, con la esperanza de que si el auto de la tía Rosa no hubiese sido robado, tampoco estuviera dañado. Lo encontraron con unas cuantas abolladuras, pero listo para la marcha.

-Eso era de esperarse- comentó la tía Rosa mientras intentaba prender el motor –el rey de Gran Venecia está loco
-¿Cómo?- dijo Ana
-El rey de Gran Venecia de por sí ya estaba cuerdo, hace unos meses se encerró en su palacio por un tiempo y cuando salió a la luz pública de nuevo, lo hizo con el motivo de anunciar una guerra expansionista. Como somos la nación más débil de la región lo más obvio sería que nos atacara primero.
-¿Cómo saben que van a atacarnos?- preguntó Miguel
-A lo mejor informaron desde La Paz o divisaron naves aéreas.

En poco tiempo llegaron a casa. Ricardo estaba esperando y les dijo que el ataque era un bombardeo aéreo y que lo mejor para todos era que tomaran refugio en la casa donde se hospedaba. Inmediatamente tomaron sus pertenencias más preciadas, las maletas llenas de monedas y entraron a la casa. Sofía y la tía Rosa se preguntaban cómo esta casa era más segura que la otra, ya que no había un refugio subterráneo o al menos el techo era de un material más fuerte. Los demás ya se hacían una idea sobre lo que hacía esta casa más segura que la otra. La Serpiente Emplumada iba a defender el sector de los bombarderos.

En la casa de al lado, vivían Francisca, una señora de cincuenta y cinco años y su hijo menor José, de veinte, la misma edad de Ricardo. La mamá de Ricardo, Josefina, no tenía familia en Santos Reyes, su único contacto era Francisca, ambas habían estudiado en un internado de Bacatá. Los sábados y los domingos otro joven de veinte años, Diego, se quedaba en la casa de Francisca porque sus padres tenían que viajar los fines de semana, aunque José y Diego llegaron a ser buenos amigos, con el tiempo empezaron a distanciarse y este distanciamiento llegó en el momento perfecto, ya que aquellos jóvenes eran homosexuales y se habían enamorado de Ricardo.

Pasaron las horas y no se escuchaban los estruendos de las bombas. La radio tampoco anunciaba algo y ya había pasado suficiente tiempo como para que alguna tropa llegara a este sector tan cercano a la plaza y a la alcaldía. Siete horas después, en la noche, calló la primera bomba. Los gritos no se hicieron esperar, el pánico había hecho su entrada triunfal, las bombas caían una seguida de otra casi no dejaban descansar un segundo a la tierra, la onda expansiva era tan fuerte que hizo caer todos los cuadros de la casa y varios adornos de porcelana se rompieron. Las bombas se acercaban cada vez más y los que sabían, dudaban de la capacidad de la Serpiente Emplumada como protector de la casa. No tenían razón para dudar, cuando comenzaron a caer las primeras bombas por el sector, la Serpiente Emplumada exhalaba una gran llamarada y hacía estallar las bombas mucho antes de que tocaran suelo. Las naves bombarderas de Gran Venecia eran gigantescas máquinas, tan grandes que el explicar cómo podían sostener el vuelo podría volver loco a cualquier ingeniero aeronáutico, incluso, cualquier persona con un poco de sentido común.

Aunque la alerta de guerra ya se había anunciado desde hace varias horas, algo que no se explicaban los asustados habitantes de Santos Reyes que quedaban, era el hecho de que la Fuerza Aérea Granadina no había intentado un contraataque, al menos para hacerle saber al pueblo que trataban de defenderlos, porque los pequeños aviones de combate no eran comparación para los gigantescos bombarderos granvenecianos. Las explosiones cesaron por un momento y se escuchó un perturbador ruido, como si un objeto gigantesco y ruidoso cruzara el cielo justo arriba de la casa. Unos segundos después el ruido intensificó, hubo un pequeño temblor y el ruido cesó. La Serpiente Emplumada notó que no había riesgos –por el momento- y bajó al patio de la casa, tomó una piedrita y la lanzó hacia la cabeza de Ricardo para llamar su atención. Ricardo salió al patio y la Serpiente Emplumada le dijo que uno de los bombarderos había aterrizado en la plaza y los demás parecían dirigirse a Magdalena, una gigantesca ciudad cercana a la desembocadura de un río del mismo nombre. También vio otros que se dirigían hacia el sur, como si viajaran a Bacatá. Josefina salió al patio e interrumpió el informe de la Serpiente, la radio comenzó a sonar. Todos escuchaban atentos a una voz con acento extranjero:

-Ciudadanos de la Ciudad de los Santos Reyes, capital de la provincia del Gran Cesar, a partir de hoy, esta provincia pertenece al Reino de Gran Venecia.

Texto agregado el 23-05-2008, y leído por 111 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-05-2008 El único problema de este relato es su extensión, por tratarse de un medio electrónico. La crítica social es pertinente y el desarrollo es agradable... aunque le revisaría un poco la conexión de ideas. kadmel
 
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