(Dedicado para todos los que me extrañaron, y para los que no tambien...)

Escucha una canción a lo lejos. Ese lejos tal vez sea demasiado lejos o demasiado cerca. Quien sabe. Él no sabe. No sabe que hace ahí tirado en medio de… ¿en medio de dónde? Tampoco sabe donde. Quizás en medio de la nada o de un todo absoluto. La relatividad de las cosas. Debería permitirse filosofar, pero su cabeza gira en un loco torbellino. (Locura. Pretexto y consecuencia de un mundo demasiado idealista. El mundo idealiza demasiado la cordura, tanto que esta por volverse loco.)
Sus pupilas vuelen a cambiar de forma. Nuevamente el torbellino. Intenta levantarse. Le duele el cuerpo. Se desploma. Hay algo que no esta bien. No, claro que no. Duele. Dolorosamente. Otra vez la música. La escucha. La escucha pero chiquita, como metida dentro de algo. Cierra los ojos y los aprieta. También duelen. Endemoniadamente. Ahora los abre. Aclara la vista. Ve nubes. Pero estas son reales, está mirando al cielo. Mastica un gusto dulce, pero no agradable. Debe recordar. Y recuerda. Es sangre. La mastica. La amasa y la escupe. Ahora mira hacia su izquierda. Siempre es preferible mirar hacia donde menos duele. Una cosa retorcida con algo que gira. Una bicicleta. Su bicicleta. Mierda. Mierda, carajo… se rompió el farolito que compro anteayer. Y el resto también. Pero el farolito era tan lindo. A parte de la mochila, junto a los restos de bicicleta, ya no hay nada más que ver. Mira hacia el otro lado. Duele el cuello. También el cuello.
Y es cuando mira hacia allí que la ve. Acaba de bajar del auto y se tapa la boca con la mano. Luego toma su cabellera. Ahora corre. Se descubre pidiéndole con el pensamiento que no se vaya, pero… maldición, ella corre hacia él. Y él que no sabe dónde está. Ni siquiera recuerda si vino vestido para la ocasión.
Se relaja y la mira correr hacia él. Sigue cada movimiento de su cuerpo. El de su pelo, el de su cara. También el de sus brazos. Y aquello que tiene tanto movimiento. Baja hasta sus piernas. La encuentra a toda ella atractiva corriendo hacia él.
Debe ponerse de pie. Es lo que corresponde. Desearía encontrarla en otro lugar. Un lugar que le guste a él. Y a ella también. A ella que es tan bonita y corre hacia allí.
Le duele el trasero. El culo comúnmente llamado. Es muy malo llevar monedas en el bolsillo posterior. Sobretodo cuando uno esta tirado en medio de… (Vaya a saber uno donde) y con una chica corriendo hacia él.
Flexiona las piernas. Eso es bueno. Las manos también responden. La cabeza no tanto, pero eso se puede ver luego. Absolutamente relativo. Piensa quién era ese “coso” de la teoría de la relatividad.
Preferiría un cigarrillo a ese gusto a sangre en la boca. Cierto, lo olvidaba. Dejó de fumar hace unos meses. Por eso ahora anda en bicicleta. Una bicicleta que esta a unos metros hecha pedazos. Y el farolito que era tan lindo.
Otra vez la ve. No, no la ve. La percibe. Siente el olor de su pelo. Olor a cabello recién lavado. Y a perfume. Dulce, pero agradable. Ahora la mira. Ella parada junto a él. La observa desde allí, desde el piso. Se dice que ella se ve muy bien desde ese ángulo. Unas piernas largas y mucho más arriba, unos ojos asustados. Como toda ella. Asustada.
Ahora se arrodilla junto a él. Lo toca, pero con miedo. Intenta decirle que no muerde. Está seguro que no le gustó. Ella le dice algo. Suena bien. Le toma la cabeza y se la levanta. La acción es estúpida, pero tierna a la par.
Le vuelve a hablar. Esta vez él entiende lo que ella le dice “perdóname, no te vi… te juro que no te vi.” A ella le perdonaría todo. Pero igual vale la pena intentarlo “te perdono pero si me juras que te vas a enamorar de mi”. Ella lo mira entre incrédula y sorprendida. Si se ofende, ya sabe a quien echarle la culpa: a la incoherencia post-traumática.
“Te llevo al hospital…” eso podría ser un si. O no. Para eso hay tiempo. Ahora solo le importa el dolor. Y el farolito que era tan lindo