Hagamos un viaje al ayer. Creo que en las epocas que nos toca vivir de tanto vértigo, las modas no tienen tiempo para quedar en la remembranza.
Los que superamos los cuarenta tenemos la memoria plagada de recuerdos de juegos infantiles románticos, locos, ingenuos, pero siempre nostálgicos. Nostálgicos porque hablan de nosotros, de una época llena de magia donde nos fuimos formando hasta ser lo que somos: un poco locos, soñadores y un tanto papanatas.
No les voy a pedir que se abrochen los cinturones para emprender este viaje porque la velocidad vertiginosa es patrimonio de la actualidad, nuestro paseo se desarrollara como una vuelta en bicicleta por el barrio. Empecemos...
*El tiki taka: juego que consistía en hacer rebotar dos bolitas de acrílico unidas por un hilo produciendo un sonido similar al nombre del mismo. La idea era hacer rebotar la mayor cantidad de veces las esferas que mayormente rebotaban en amiguitos, primos o cualquier ser aledaño, propinando chichones a diestra y siniestra.
Las publicidades cada tanto nos prometían próximo desembarco de “atletas” de distintos de puntos del planeta que eran los auténticos campeones del mundo, (nunca se supo donde se llevaban a cabo los campeonatos).
Sé de alguien que se acerco a pedirles un autógrafo con su hijito a uno de los campeones, un chino bajito, que -antes de salir a escena- fumaba un pucho y le comentaba a su par de la remera de Rusia:
-che polaco, mira que estas dos minas son un avión, esta noche ¡no duermas porque sino perdimos eh!
-¡Chino no soy boludo che!
Al ver al padre que se aproximaba el oriental tiro el faso y puso más cara de chino.
-disculpá ¿me firmas un autógrafo para el pibe? -Le preguntó tratándolo con la confianza de un compatriota- a lo cual el chino le contesta:
-¿autolafo? Sí sí!! No entendo.
Sí señores! Los campeones mundiales de tiki taka, yoyo o balero provenían de Bancalaris, Burzaco o Villa Ortuzar. Solo tenían que cumplir tres requisitos: ser negro, rubio o chino; dominar el arte del juego en cuestión y el arte del engaño.
*El yoyo: Dos cilindros aplastados unidos por un eje central en donde se enroscaba un hilo cuyo extremo se colocaba al dedo anular mediante un ojal. Un juego individual y egocéntrico hasta el nombre.
La pirueta más común era “el perrito”, el yoyo quedaba girando al extremo del hilo y se hacia que se desplazara un trecho por el piso imitando un paseador llevando su perro con una correa.
Al igual que el tiki taka arribaban falsos gringos campeones del mundo a demostrarnos sus destrezas que luego intentábamos emular rompiendo alguna cabeza, (incluyendo la nuestra), tratando de imitar “la vuelta al mundo”, una pirueta que consistía en usar el yoyo casi como una boleadora gauchesca.
*Los sea monkeys, o monitos de mar: Emocionante farsa que nos mantenía perplejos ante una pecera con agua salada mirando como eclosionaban pequeñísimos huevos del tamaño de un grano de arena, de los cuales salían unos ínfimos organismos que nadaban durante un par de días y morían irremediablemente.
El desafío era que alguno de estos pequeños crustáceos sobreviviera a los dos días. Si esto ocurría la publicidad prometía monitos de dos y hasta tres centímetros que serian las delicias de los niños ya que harían piruetas casi circenses dentro del acuario.
Nunca conocí a nadie que lograra mayor promedio de vida de los microorganismos. El bicharraco en cuestión se supo que se trataba de una Artemia Salina, alimaña con menos gracia que una tortuga muerta. Tan parecida a un mono como Bush a Gandi.
Esta práctica ponía al niño cara a cara brutalmente con el indescifrable paradigma de la vida y la muerte: la buena vida del astuto al que se le ocurrió el negocio, y la muerte de la ilusión de tener un mono en la pecera.
*Las figuritas: Cartones estampados que iniciaban al niño con el principio básico del capitalismo, (más tengo más quiero), objeto de intercambio y juego para un único objetivo llenar un álbum que nos premiaba con alguna pelota u otro premio.
Las había de todos los tipos:
redonditas optimas para jugar al punto y rébol o al espejito, que consistía en lanzarla como si fuera un pequeño frizli hacia una pared tratando de arrimarla lo más posible a la misma en el caso del punto y rebol, o de voltear una figu apoyada contra el muro en el espejito.
las cuadradas para jugar al chupi, juego que consistía en ahuecar la palma de la mano y pegarle un golpecito seco a la misma que se encontraba contra el piso a fin de que se de vuelta y así se ganaba. Sus motivos generalmente eran fútbol, lucha, (Titanes en el ring) o dibujos animados, casi siempre de cartón. Siempre había una difícil que nos permitía llenar el álbum. El valor se sobredimensionaba al punto de ser cambiada no solo por una gran cantidad de figuritas, sino al extremo de ser cambiada por objetos de mayor valor que la pelota que se ganaba al llenar el álbum. Algunos niños eran capaces de cambiar el auto del padre por “la difícil”; y por último las de chapa que ni me acuerdo que motivos traían, igual la gracia estaba en el material y no en el estampado. Jugar con dichas figus entrenaban a los pequeños ante la vida misma, manipular estos rectángulos de metal prometían la adrenalina de tratar de no cortarse y ligarse una antitetánica.
Jugar al “chupi” era imposible a no ser que el pequeño tenga insertado un imán subcutáneo en la palma de la mano.
Para jugar al punto y revoleo se requería un entrenamiento digno de un ninja con sus shuriken, una figurita bien lanzada podía ser un arma mortal incrustada en el cráneo de algún niño.
*La bolita: Pequeñas canicas de vidrio usadas para un juego que consistía en arrojar la esferita desde uno de los dos vértices mas cortos de una cancha rectangular de tierra, y tratar de embocarla en un orificio en el medio, (denominado en la jerga bolistica como opi), y luego desde el mismo tirar para pegarle a la bolita del contrincante, a la cual si se le acertaba pasaba a ser nuestra.
Cabe mencionar las distintas variedades: La japonesa, transparente con formas de colores en el medio, la lechera toda blanca, el acerito obviamente de metal que se conseguía desarmando rulemanes, el bolon de mayor tamaño y las comunes que no tenían nada en particular mas que colores mezclados. El valor se negociaba antes de jugar y se denominaba piques, por ejemplo determinada bolita vale tres piques, o sea tres bolitas comunes. Una de tres piques significaba que si tu contrincante hacia opi debía pegarle tres veces para ganar.
Un día jugando contra el alemán José Maria -una especie de ropero ambulante que arrojaba sus esferas cual bala de cañón- me hice el vivo y jugué con una bolita que se me había partido en dos y la pegue con una gotita de cola para que al mínimo roce se partiera nuevamente. Pacte el valor de la misma en diez piques y durante todo el partido expuse mi lechera sospechosamente hasta que se dio la situación. Mi canica quedo al alcance de tiro y ocurrió lo impensado, el alemán lejos de fucilar mi lecherita arrimo su bolon para que fuera yo el que tuviera que disparar. Estaba demasiado cerca para hacerme el distraído y errar el tiro. Sonrojado y tembloroso dispare con la fuerza de una ameba, apenas roce el bolon la bolita se deslizo tímidamente pero dividida en dos mitades. El gigante que venía sospechando el fraude, me propino tantas patadas en el culo que fue en ese preciso momento que desistí con mi carrera de estafador.
*El balero: Esfera de madera con un agujerito atada a un palito que empuñábamos practicando un golpe de muñeca hacia arriba a fin de embocar en el agujero de dicha esfera.
Esta práctica al igual que la bolita familiarizaba al pequeño con lo que más tarde a partir de la adolescencia obsesionaría al género masculino: Embocarla. Así como las niñas practicaban con la rayuela o el elástico a saltar de un lado al otro abriendo y cerrando las piernas otra costumbre que más tarde ellas adoptaran.
Me quedan muchos otros juegos por mencionar pero estos fueron los más representativos al menos de mi niñez.
El tamagoyi suplanto a los sea monkeys y la PC o la Play suplantaron al resto de los juegos.
Ya los pibes no juegan a la bolita y dejan de ser chicos muy temprano, queriendo embocar a su compañerita de banco en vez de un balero.
Seguramente nosotros fuimos un poco tontos pero mucho más felices.
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