ASTERION
Mi padre es un hombre riquísimo, pero no se piense por esa razón que es persona grosera, todo lo contrario, sino no se explicaría el equilibrio y armonía del jardín que ha hecho construir exclusivamente para mí.
Ni la mas extravagante villa del mas poderoso de mis compañeros de colegio se aproxima en el lujo severo, el ritmo y la delicadeza de formas que exhibe este recinto; un sistema de pequeños patios con crujías porticadas a modo de claustro en cuyo centro se halla un grácil pabellón y en él mi lecho.
Desde niño he sido retraído, elusivo,solitario. Mis padres lo han intentado todo con ánimo de integrarme, de incluirme, de proponerme amigos y situaciones. Pero sus esfuerzos han resultado vanos como demuestra la existencia de este edificio.
Me gusta pasear por estos patios y sentir su frescura (tanto detesto el calor de ésta tórrida ciudad)
pararme en rincones encantados y bajo los arcos escuchar el rumor de las fuentecitas.
Las raras veces que han venido mis tíos o mis primos, escondiéndome, he escamoteado mi presencia.
Con mi padre no, mi padre viene todos los días, quizá ahora menos. Sé que aún está afligido por lo que hice. Se arrodilla junto a mi lecho y llora en silencio. Yo paso las manos sobre sus hombros y le hablo, mas él finge no oírme.
Peor es el caso de mi madre, ella no me ha perdonado, y eso me entristece, lo deduzco en razón de que solo ha venido una vez a visitarme.
Recuerdo que sin dirigirme la mirada depositó una rosa sobre mi lecho y a continuación prorrumpió en sollozos y que entre las convulsiones de su llanto a punto estuvo de caer. Recuerdo también que hubieron de llevársela, entre mi padre y mi tío, medio andando y medio en brazos.
Aún los veo, ella en la zozobra de su aflicción, alejarse entre la doble hilera de cipreses que conforman el atrio de mi jardín.
Me duele, pero yo tampoco les perdono que no entiendan mi deseo de estar solo y que insistan en traer, como compañeros de mis juegos, a esos aterrorizados niños pobres.
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