Su mamá nunca supo las cosas que hacía su hija, nunca le preguntaba, parecía no importarle lo que hacía cuando se gastaba su tiempo en la universidad, así también la vida sexual de su hija era un misterio, cubierto por un delicado velo que fácilmente se podía quitar, pero que su madre prefirió mantener.
Supo de sus amores, pero nunca en detalle, tenía conciencia de los hombres que le quitaron el aliento, pero que no duraron mucho, hubo otros, que permanecieron por un tiempo presentes y alcanzaron a llegar más allá, a ese lugar donde sus manos pasaban a jugar con otro cuerpo, lo que regularmente, por las noches ella organizaba a solas. Pero su madre no sabía de eso, sólo la veía esconderse tras su puerta a rezar, con el escapulario en las manos, con una fe bien tenida, con el pecado en los labios y la Santísima Trinidad, repartida entre la frente, la boca y el pecho. Recordaba a otros con nombre y apellido y solo esos, su madre, creyó siempre que nada más eran.
Nunca supo del hippie de la universidad, con el que se fue a deshojar margaritas una tarde completa a una escalera de incendios, tampoco conoció al contador, que se la llevó a ordenar dineros mal habidos en una oscura y pequeña pieza, no se enteró del músico, que más de una vez la refugió entre el piano y el arpa, del museo de la vieja avenida, a cantar nuevas notas. Todos ellos con algo en común, una cuenta en una página para conocer gente y conocer a su media naranja en internet.
Pero hubo a quien nunca conoció y que ni en pesadillas imagino que su hija pondría sus ojos, porque simplemente, no lo pensó, pero existió y ella no lo vio, porque le bastaba con creer de que su hija jamás lo haría o no se atrevería, por un asunto de decencia, por un asunto de que internet te muestra todo, pero no te presenta hombres mayores, solo te presenta nueva gente para conocer. Fue a él precisamente que lo conoció como la buena fortuna te lleva a conocer al menos indicado, internet. Él vio su foto y la quiso mirar desde adentro, ella vio la de él y no pensó nada, como siempre lo hiso, solo acepto y nada más comenzó la conversación.
Cuando se vieron la primera vez en persona ambos temblaban, nerviosos quizá, él le regaló una rosa roja, que duró roja y viva lo que duró su relación. Un café y un jugo fue lo que alcanzaron a hablar, no pidieron más, él tuvo que irse muy pronto, con la promesa de llamarla, para saber de ella.
Cumpliendo con su promesa la llamó, abrazando el teléfono, queriendo sentirla más cerca, pero la impresión duró poco, y no se vieron más que una vez, para darse un beso, que ni supo como disfrutar, mas bien se le perdió, porque las cosas pasan así, porque son partes de la vida, fragmentos robados. Le hubiese gustado tenerla cerca, quizá, pero nunca lo supo, porque esas cosas, de los hombres, nunca se saben.
Su madre nunca supo de él, porque ella simplemente no le contaba, era extraño para otros verla, tan joven, tan alegre y aún así no supo detener su cariño. Quien se iba a dar cuenta de que un hombre que reunía todo lo que ella no busco se volvería martirio y pasión para ella, donde pudo guardar esos sentimientos que si jamás le correspondieron, le quedaron como los pétalos rojos de una flor, que no le gustaba, de recuerdo, conformándose con las pocas horas que le daba, como le hubiese gustado besarlo, abrazarlo, sentirlo y amarlo, aunque fuese con el ultimo respiro de vida. Todos la veían llena de ser, completa, afectuosa y quizá hasta un poco linda.
Le hubiese gustado saber que sentía tenerlo cerca y saberlo suyo, pero a la larga se quedó con el tiempo, que le regaló indiferencia y un beso de recuerdo, beso que ni pudo sentir. Quizá se enamoró, nunca lo supo, solo veía lo que podía llegar a sentir, por ese hombre que le parecía tan mayor y tan joven a la vez, ese hombre la que las circunstancias lo llevaron a ser diferente y a convertirse en un adulto antes que su carnet lo acusara.
Su madre nunca supo de sus amores y de él no supo ni entendió nunca, porque no supo si se enamoró y le dejo a la buena providencia lo que pasaría con su hija en el futuro, total era joven, pero no supo porque su vida entera estaba cubierta por ese delicado velo, que cubría su amor por ese hombre trece años mayor.
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