Déjame sentirte viva,
reina maldita,
quiero ser en tu piel
cicatriz de lo nocturno,
desnudez enmudecida
por el apetito de tu morbidez.
Lánguida virgen que deambulas
los pasillos boscosos de la noche,
deja que mis manos penetren
en el silencio de lo que callas,
que mi eclipse se despeñe,
que ruede por mis pupilas
hasta llegar a tu solsticio.
Acércate lentamente a mí,
hasta el fuego, al centro del festín
orgía de sangre con copas de plata
que se besan en honor tuyo,
que brindan y se brindan a ti
déjate seducir por el himeneo
que danza en derredor tuyo,
por la candidez de la carne
que se desnuda y se rinde
para ser inmolada por tu lascivia,
por el punzón de tu mirada.
Bebe, bebe Reina mía...
Que la ciudad arde bajo el mundo
y en las cavidades pétreas de la noche
se decanta la sangre
Aún tibia
de la pequeña degollada...
Bebe, bebe Reina mía...
Que quiero sentirte viva,
que quiero sentirte tibia en mi lecho,
donde su cráneo se rompe
en mil esquirlas...
cuando desaparecemos del mundo,
cuando flotamos en este trance,
en nuevos orbes,
en nuevos yermos inmaculados
de veinte mil nuevos deseos,
de ocasos de sangre...
Bebe, bebe Reina mía...
Llénate de vida las fauces,
exprime sus ojillos entre tus molares,
endúlzate los labios con su himen impúber
y ámame después,
en el lecho de la vieja Sodoma
hasta que la nube de fuego se condense
y decante su azufre sobre nosotros... |