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Cada vez que subo las escaleras está allí, me enfurece que esté siempre en ese lugar cuando yo paso. A veces voy subiendo tranquila hasta contenta, pero llego al segundo piso y el poco de felicidad que llevaba encima se desvanece. Quisiera que no existieran los segundos pisos, ni las escaleras, ni los edificios, ni las servilletas de papel blanco que siempre tiene al lado de su casa. Yo no uso servilletas porque en estos tiempos es casi un lujo tenerlas, además por algo los diseñadores de vestuario inventaron la camiseta de mangas largas, tienen beneficios múltiples porque también nos protegen de la radiación ultra violeta.
Por lo general duerme, esa es su vida. He probado múltiples maneras de despertarlo¬: subir sigilosamente y luego pisar fuerte cada peldaño, sorprenderlo con un grito, toser, reír y dejar caer las llaves, sin embargo continúa en su descanso diario. Una tarde llevaba una bolsa de esas que hacen mucho ruido, cuando pasé juntó a él la apreté fuerte y la satisfacción fue tal que la sonrisa quedó dibujada en mi cara hasta acostarme, pegó un salto esquizofrénico. Ésta fue la única vez que cumplí mi objetivo.
Cada día llego cansada, hambrienta y con sueño, luego haber cumplido en el trabajo y en la universidad. Suelo caminar de ida y vuelta las seis estaciones de metro con rigurosidad para ahorrar los pasajes, en el camino cotizo el valor del pan que varía diariamente de un almacén a otro. Y él con su vida sedentaria, come, duerme, bebe leche, hace sus necesidades biológicas y por supuesto vuelve a descansar.
Lo he pensado hace mucho tiempo y mañana lo haré, saldré vestida de terciopelo negro y a la vuelta le pegaré una patada que lo haga volar y me instalaré fuera del departamento veintiuno en su casa acolchada y beberé de su leche, comeré su comida que están sobre servilletas de papel blanco. Maullaré y cuando salga su dueña, la señora con olor a pan amasado, me revolcaré entremedio de sus piernas para hacerla sentir querida y mi vida cambiará plenamente. Si alguien se atreve a despertarme lo morderé como un perro rabioso, no dejaré que nadie entre a ver a mi señora y cada vez que pase alguien miraré gentil para luego mostrar los dientes y demostrar lo desgraciadas que son sus vidas inútiles.

Texto agregado el 22-05-2008, y leído por 245 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-10-2009 tu voz en cuento es frescas e impregnadas de filosofía. Presiento -Dios me libre pecar de pretencioso vidente- que surgirá muy pronto un cuento. La razón es que te siento con varios estilos y faltan surgir otros cuantos. Saludos y siga queriendo a la palabra como lo haces. alghyrak
16-11-2008 jajajajajaja... ahora al odio de los perros se te juntaron los gatos??? Sos una capa, estás cada día más rutilante!!! nuezmosqueada
22-05-2008 Me ha gustado la idea, como la desarrollas y la ironía con la que esta escrito, felicidades. Un saludo de SOL-O-LUNA
 
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