Llego, me abres la puerta. Me preguntas qué hago aquí. No se que responder, no hay alguna razón fuerte o fácil de explicar que te pueda dar. Mis brazos lloran en silencio sin que te des cuenta. Te digo que era por que te extrañaba (lo que es verdad). Me lanzas miradas de desprecio, contradiciendo a tus ojos que me llaman, me necesitan.

Me odias por que no me puedes odiar, que contradicción. Y yo ya no doy mas, no puedo aguantar mas las lágrimas dentro, voy a explotar. Y como leona persiguiendo a su presa, en el momento preciso se abalanzó contra mi, oí su llamado y lo acepte, su frío me congelo, me tranquilizó y aquí estoy.

Me siento en la cama, te hago miles de preguntas tontas. Lo sé, a mi tampoco me gustaría que me las hicieran, pero no se que mas más decir, tampoco no quiero tocar temas difíciles. No me quedan energías para hacerlo.

Te pido un abrazo, me lo das a regañadientes, aunque lo único que quieres es apretarme fuerte y no dejarme ir. ¿Cómo paso todo? Mi memoria es frágil, siempre lo ha sido. Sólo se que te amo y que esto es para mejor. Cada vez estoy más débil amor, me vacío sin que te des cuenta, y eso es bueno si lo hicieras todo se vendría abajo.

¿Durmamos un rato mejor? te pregunto. El sueño me esta llevando, la vida se me esta yendo. Quiero dormir aquí contigo para siempre, que tus ojos sean lo último que vea, que tu piel sea lo último que toque y tu corazón lo ultimo que escuche. Si, no puedo morir en otro lugar si no es a tu lado. No, no hables, rompes esta paz. Me voy, amor. Todo se nubla pero te siento, estás aquí, nunca te debiste haber alejado de esa manera.

Es hora de irse, mis últimas palabras en una carta para que no hagas ningún intento en salvarme, los últimos susurros salidos de mi boca: te amé, te amo y te amaré por siempre… Adiós.