Ciudad perdida en el desconocimiento de mis amigos, así es Mumbala. Es mi particular Shangri La, donde me fui a no morir, a coger fuerza para aguantar las embestidas del espejo, a huir de la rutina asfixiante, del espantoso tedio que me esperaba en las esquinas, a dejar que pasase la muerte que me buscaba en Madrid montada en un taxi. Como la Alicia de Lewis Carroll llegué a mi país de las maravillas, un país donde encontré el mayor tesoro al que un joven con mis problemas puede optar: el anonimato. Se presentó ante mí la posibilidad de empezar de nuevo, de triunfar por fin, de conseguir algo fuera de un vaso… pero volví a defraudarme y caí. O eso creía yo, porque a mi regreso me esperaban la alegría de los abandonados, el amor de las desconocidas, las celebraciones de mi recién estrenada vida y ella.