- Se acostó con mi primo, ¿lo puedes creer? ... ¿Qué demonios se supone que debo hacer? – no lloraba sobre la mesa, al contrario, reía de buena gana, Ethan asentía comprensivo, quizás un poco incómodo, pero no lo sé, y no me importaba demasiado. Era sólo un desconocido.
- Quizás no deberías beber más...
- No te preocupes, estoy bien. ¿Qué te decía? ¡Ah, sí! Jessica...
- ¿Con quién hablabas en el parque, no? – creo que todo mi ánimo se derrumbó en un instante, no sé bien porqué.
- ¿Nos viste? ¿Nos viste discutir? – recordé que ella me había abofeteado y me avergoncé.
- En realidad, la vi abrazarte, y luego la vi correr.
Ahora sí lloraba sobre la mesa.
- No es tu culpa. – me decía Ethan.
- Bueno, y entonces, ¿qué? ¿Acaso tengo cara de idiota que la gente suele mentirme como quiere? – ya me costaba bastante hablar, aunque aún pensaba claro. – ¿Cómo no me di cuenta de que pasaba algo raro? ... Me pregunto cuánto tiempo estuvieron burlándose de mí.
- No, Neil, no lo creo. Pienso que ellos nunca quisieron hacerte daño.
- Eso quisiera creer yo, pero la gente suele engañarme, siempre me mienten siempre quiebran sus promesas, y yo como idiota, vuelvo a creer en ellos.
- Pero, vamos, ¿qué es lo que te han hecho para que pienses así?
Estaba completamente ebrio, no podía manejarme, era como si una parte de mí bebía, lloraba y hablaba mientras la otra observaba desde muy, muy lejos.
- ...Así que tres meses después de que se fue de casa llamaron por teléfono y dijeron que había muerto. ¡Había muerto en un accidente, ¿entiendes?! ¡Y lo último que le dijo a mi madre fue “antes que volver, muerto”! Antes que volver, muerto, ¿entiendes? Mi madre hasta pensó que se había suicidado para no tener que volver. Empeoraba cada día más, nos culpaba, la casa era un desastre y yo vivía cuidando a mi hermano. Luego comenzó a golpearnos. Mi hermano tenía unos ocho años, y yo doce, quizás. Y una noche... una noche fue tanto, estaba tan ebria que... – no pude continuar, eso había pasado hacía años, pero aún no podía sacar esas imágenes de mi mente, aún podía sentir el terror de ese momento, la desesperación.
- Vamos, vamos Neil, te llevaré a casa...
Frío, viento, estábamos en la calle. Un taxi se detuvo y subimos a él. Olía a menta y los asientos eran muy suaves...
- ¿Cuál es tu dirección, Neil...? ¿Neil...?
Respiraba de su cuello...
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