Son las 17:25H soleado, primaveral, camino por la plaza del pueblo, lejos del bullicio de la gran orbe, lejos del tránsito apabullante y loco de las ciudades que atrapan como ratones a los soñadores, a los jardineros de ilusiones utópicas.
Aspiro suavemente el aroma de los tilos, me detengo a mirar el vuelo inquieto de los pájaros que no se cansan de cambiar de ramas, de picotear entre las agujas de los pinos.
Me siento en una banca, acomodo el bolso y la valija, pesan, no sé porque tanto, son tan pocas las cosas que traigo, pero creo que es porque cada objeto que he guardado en ellos trae una historia, un recuerdo.
Pierdo mi mirada en el chorro de agua que brota del sexo de uno de los angelitos gordos, y mis recuerdos caen como gotas y se estrellan en el fondo de la fuente, me sonrío y pienso quien habrá sido el autor de esos ángeles tan desinhibidos, me entretengo mirándoles las cara, unos están sonriendo, otros parecen mas serios, me digo será que cada uno lleva el gesto del día que su creador lo terminó? Quien sabe, pero no tienen todos el mismo gesto, son seis, cada uno tirando el agua para diferente costado, son hermosos, bueno, como no serlo, son ángeles, siempre me gustaron estos ángeles, de niña me detenía frente a ellos, mi madre solía tirar de mi mano y enojarse porque no caminaba a su lado y me detenía mas de lo necesario para mirarlos, incluso las pocas veces que me traía a la plaza por la tarde dejaba los juegos por venir a extasiarme frente a ellos.
Pero hay uno que me gusta más que todos, este que ahora me mira, yo sentía pena por él, tiene una cara preciosa, pero esta triste, esta con ganas de llorar, y yo sé por que, el quiere volar, irse de aquí, dejar la monotonía y el largo silencio de las noches y las madrugadas, quiere volar y olvidarse de la quietud de la plaza, del silencio, de los pájaros que siempre son los mismos que vienen a abrevar de la fuente, me mira como lo hizo siempre, desde niña siempre lo busque, el me contagio cada uno de mis sueños, el me pedía en silencio que yo volara por él
–mira, me es imposible volar, me han pegado fuertemente a esta base de mármol, ve niña…ve…vuela tan alto como tus sueños puedan.
Cada vez que venía a verlo él me lo decía, y yo fui soñando cada vez más, y cada vez más mis sueños se fueron elevando como barriletes, cada vez con un color más intenso llegaron hasta las nubes gordas y rosas de la fantasía.
-Niña, cuando te llenes los ojos de colores, tus oídos de ruidos, de palabras difíciles, cuando tus zapatos se gasten de recorrer calles, y te canses de pasear en autos último modelos, cuando descubras pájaros diferentes, y veas enormes edificios con miles de ojos cuadrados, cuando hayas caminado, corrido, conocido ese mundo de movimientos, de sonidos ensordecedores, de luces de neón multicolores, ven y cuéntame, cuando hayas descubierto lo bello de la vida, ven y descríbeme todo eso que sueño, y que alguna vez escucho de los paseantes.
Pobre mi ángel, él que sueña con ese mundo, sin saber que es un mundo despiadado, cruel, insensato, insensible, envenenado por el smog, donde no hay pájaros diferentes, es más casi no se ven los pájaros, ni mariposas multicolores como las que estoy viendo ahora, en esta tarde de primavera, donde los chicos corretean rompiendo la habitual tranquilidad de la plaza, esa que va recuperándose cuando va cayendo el sol hasta mañana a la salida del colegio.
Mi ángel no sabe que en las ciudades el concreto es amo y señor, y todo se viste de gris, y los ruidos ensordecedores terminan siendo parte de uno a tal punto que ya ni escuchas los gemidos de tanto ser abandonado, y las luces de neón se prenden y se apagan como nuestras ilusiones que se transforman en intermitentes, a veces están ahí y otras desaparecen detrás de alguna frustración.
Mi ángel me mira, espera que le cuente, ¿espera?, no sé si espera, creo que no me ha reconocido, ya no soy esa jovencita que se fue con un bolso cargado de sueños, que paso por aquí y le tiró un beso y le prometió volver a contarle, ¡que va a conocerme! como lo haría después de 20 años de caminar esas calles, de golpear puertas, de atrapar por segundos un sueño y al poco tiempo perderlo, como va a reconocer a aquella muchacha de jeans y blusa gitana con los ojos impregnados de un brillo estelar, en esta mujer de ojos tristes enfundada en un trajecito clásico, de esos de última oferta de temporada de hace 4 años.
Mi ángel no puede reconocer a esta mujer vencida, cansada de sufrir, a esta mujer que nunca se adapto a la hipocresía de la ciudad, a la indiferencia de la gente, donde cada uno es él mismo, y no le importa a quien pisa, a quien deja atrás, a quien debe empujar para quedarse en el primer puesto, lo importante es sobrevivir en la selva de cemento, donde el dicho el pez gordo se come al chico, esta muy bien empleado, donde la corrupción no tiene nombre ni apellido, porque casi todos son corruptos unos por acción y otros por omisión, jamás pudo adaptarse a la soledad a la que te somete la gran ciudad, en contraposición de la multitud que la habita.
Y aquí estoy, de nuevo, con los sueños rotos, con el cansancio reflejado en la mirada, totalmente vencida, sin sueños, sin ilusiones, con un montón de recuerdos en este equipaje, algunos, muy pocos, felices, y otros tan tristes que mejor olvidar, pero te persiguen, se adhieren a ti como una garrapata y te chupan hasta la última lágrima.
Traigo mi querido ángel, la soledad pegada a mi espalda, el amor perdido entre el smog, pisoteado por los autos último modelos, y la tremenda necesidad de esta paz, y este silencio que tanto he añorado en estos veinte últimos años.
A ti mi amigo es al primero que he pasado a ver, pero veo que no me reconoces, y pienso si seré aquí también otra desconocida, un punto más entre la gente, un ente insignificante.
Vuelvo como muchos, vencida y sin sueños en busca de paz. Tal vez aquí la encuentre.
Anngiels simplemente mujer.
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