El signo de Aikal
Aikal no sintió pena por la nieve que caía silenciosa fuera de su cueva. Aún así, recordó a su familia: la cabellera larga de Bry, la risa de sus dos hijos, robustos y sanos, el alud, los gritos y la oscuridad blanquecina del impacto. Cerró los ojos.
Ahora y solo, desmenuzó, mezcló y coció las últimas bayas secas del verano. Tanteó la viscosidad de la cocción, agregó ceniza y resina de abedul. Sintiendo la pintura en sus manos, con un gruñido que parecía sonrisa de antílope, fue pintando lentamente las paredes de granito. Interpretó las cacerías, los grandes animales, el hacha dominante, el cuchillo de pedernal y aunque se enojara dibujó también su Totem, su espíritu de águila cercado por la roca.
No le fue difícil pintar su familia. Eran vívidos los recuerdos. Las siluetas se confundieron y parecieron sonreír una bienvenida. No supo pintar la nieve, pero no importaba porque la muerte la representó con la palma de su mano cercada por un circulo y sujeto a su Totem.
Por esos días nevó bastante y otro alud enterró la cueva. Por mucho tiempo no se supo mas de él.
Cuarenta mil años mas tarde, los estudiosos aún no se ponían de acuerdo con la representación del último signo de Aikal. En todo caso, nadie supuso que su Totem de águila, fue la que guió su mano hacia la muerte.
|