La Historia de Juan Nueve Barrigas
Mucho se habla de la gordura, del sobrepeso, de la dieta,
de operaciones para engrapar el estómago, de las calorías,
carbohidratos, etc. pero nadie se ha detenido a pensar que
hay seres humanos, para los cuales el buen comer y beber
es una travesía hacia la obesidad como destino, todo esto
en un mundo de inmensa felicidad
La familia Contreras siempre se caracterizó por la corpulencia de sus miembros, altos, fornidos, de huesos anchos y de muy buen diente. Definitivamente la mesa de los Contreras siempre fue abundante, con platos ricos en grasa, carbohidratos, calorías, carnes rojas, cremas y pare usted de contar, que todo aquello que engorda siempre estaba incluido en el menú.
Los esposos tenían tres corpulentos hijos y después de seis años de reposo de un embarazo tras otro, la señora tuvo un cuarto bebé para sorpresa y deleite de toda la familia. En ese embarazo la doña aumentó mucho de peso, por supuesto!. Cuando dio a luz, el varoncito pesó casi cinco kilos!. Era un niño rollizo, risueño, que chillaba cada tres horas con la precisión de un reloj. Al mes ya se tomaba un tetero completo. A los cuatro meses era la envidia de todas las mamás, comía de todo lo que le permitían sus encías desdentadas. Así fue creciendo en tamaño y en peso hasta llegar a los dos añitos, ocasión en la que fue enviado por su mamá a la guardería como lo hacen todas las madres con sus hijos. La loncherita de Juan siempre estaba repleta con compotas, sopitas, emparedados, frutas, galletas, juguitos, leche, etc, lo cual no era impedimento para que cuando regresaba a su casa tuviera un gran apetito, después del supuesto “extenuante ejercicio”.
En la Primaria fue siempre el “gordito” de la clase, siempre pesando por lo menos diez kilos más que el resto de los compañeritos. En el asiento del pupitre no sobraba ni un centímetro después que Juan asentaba sus posaderas. Al terminar las clases y mientras esperaba a su mamá, compraba helados, empanadas, dulces para apaciguar el estómago que rugía por el almuerzo.
Al llegar a la Secundaria, ya era el “Gordo Juan”, simpático, echador de bromas, buen estudiante y popular, porque no decirlo. A estas alturas de su vida sus posaderas desbordaban el asiento de cualquier pupitre. Una vez terminadas las clases y de camino a su casa, hacía las obligadas paradas en los sitios de comida rápida, en donde se comía dos o tres hamburguesitas, con su respectiva botella de refresco de dos litros. Al graduarse de bachiller decidió estudiar Contaduría, hecho este que se hará relevante cuando sea haga el relato sobre el tema seleccionado para su trabajo de grado universitario.
En la universidad siguió siendo el Gordo Juan, excelente estudiante, popular y adorado por las muchachas, porque además de tener muy buen carácter, bailaba como un trompo, lo que sudaba lo reponía con suficiente refresco, torta, dulces y chocolates. Era muy generoso, como le gustaba comer invitaba constantemente a sus compañeras de clase a las taguaras, franquicias, comederos de los alrededores de la universidad, en los cuales probaba todo lo que le pusieran por delante, de modo tal que podía hacerle observaciones útiles a los dueños y cocineros de los expendios. Además de gustarle comer, Juan contaba con la bendición de tener una nariz de perro, más que oler, husmeaba!, olfateaba!, razón por la cual podía reconocer por el olor la calidad y cantidad de las especies utilizadas en la elaboración de las comidas. Como corolario también tenía una super lengua con una papilas gustativas que le permitían identificar cada uno de los ingredientes utilizados en los diferentes platillos, hasta el punto de saber hasta en que tipo de suelo habían sido cultivados. Al llegar al último año de su carrera, decidió diseñar un sistema de contabilización de calorías por tipo de alimentos y como caso de aplicación práctica expuso la contabilidad de todas las calorías ingeridas por él durante ese año, precisando las provenientes de grasas, granos, carnes, azúcares, etc. El trabajo fue tan bueno, que salió publicado en múltiples revistas. Juan empezó a recibir invitaciones de diferentes restaurantes de reconocida fama, para que los honrara con su presencia y diera su veredicto sobre el menú y la calidad de ingredientes usados y platos preparados. Por supuesto también debía catar los vinos y demás licores. Todo esto como actividad adicional a su desempeño como contador independiente.
Juan entre comida y cenas, ágapes y banquetes, buffet y desayunos, llegó a pesar 375 kilos! Su figura se asemejaba a un traje de volantes. Sus papadas hacían que su cuello pareciera una gorguera, sobre sus codos, muñecas, rodillas y tobillos caían varias camadas de grasa, sus nalgas eran dos bultos prominentes, sus tetillas parecían dos ubres, su barriga tenía nueve montículos, sus efluvios matinales hacían trepidar las cañerías del edificio: así fue como se hizo acreedor del sobrenombre “Nueve Barrigas”. Llegó un momento en que su corpulencia no le permitía salir del apartamento en el que vivía, lo cual no representó mayor problema para él. Comenzó a despachar desde su casa, De los restaurantes le enviaban las comidas para que diera su opinión como gourmet. Mantenía una vida social activa invitando a su casa, cuya cocina había expandido, además había arreglado una sala comedor muy agradable. Juan se consideraba realizado en la vida!
Todo funcionaba muy bien, hasta el día en que asomado a la ventana vio llegar a la vecina del cuarto piso, una muchacha espectacular, alta, delgada, con una melena rubia hasta la mitad de la espalda, piernas y brazos torneados, una cinturita y un culo de avispa, un par de “melones”, último modelo de cirujano plástico. Juan se enamoró a primera vista y se propuso hacer cualquier cosa para conquistarla. Se estremecía de pasión cada vez que la veía llegar con los pantaloncitos o falditas cortas.
Juan, decidió perder peso. Muy inteligentemente decidió hacerlo gradualmente, rebajando la ingesta y sin sacrificar una clientela que le enviaba constantemente platillos para que probara, después de todo si la perdía, con esa pérdida también se opacaría su fama y adelgazaría su chequera. Pensándolo bien, galán sin fama y sin chequera no es tal galán.
Juan fue rebajando hasta llegar a 200 kilos, se miraba en el espejo y se decía a sí mismo “Que bello estoy”, “Estoy irresistible” (No hay alguien más ciego que aquel movido por la pasión).
Una tarde al asomarse a la ventana, vio pasar el carro de su vecina, se armó de valor y bajo corriendo a la entrada del edificio. Su decisión fue tan intempestiva que no atinó a pensar que necesitaría unas flores para ofrecerle a su bella dama. Como hombre de decisiones rápidas, decidió arrancar una cayenas del seto, justo a tiempo!. La señorita de sus sueños estaba entrando al edificio, al acercarse y verlo poco faltó para que la muchacha no gritara de horror! solo pegó un brinco, pasó corriendo por el lado de Juan y cuando creyó estar fuera de su alcance auditivo comentó: ¡Que hombre tan horrible, parece un saco de pellejos!.
Al pobre Juan se le cayeron las cayenas de las manos, dio media vuelta y subió por las escaleras como quien escala el Everest. Mientras iba subiendo decidió huir de la realidad, ahogaría su decepción con un viaje a Europa. Una vez llegado a su apartamento, puso manos a la obra. Llamó a la agencia de viajes, decidió su itinerario, comenzó a escribir a todos los restaurantes de las grandes capitales europeas y Nueva York anunciándoles que haría una gira de degustación. Su frenesí era tal que incluyó en el asunto panaderías, pastelerías, cafés, merenderos, casas de té, franquicias y para usted de nombrar, porque todo lo referente al buen o abundante comer quedó incluido en el inventario. Mientras llegaba la fecha de partida redobló la velocidad de su ingestión, después de todo la dieta forzada lo había desmejorado y necesitaba recuperarse. Partió a su destino una mañana de abril y estuvo tres meses viajando y comiendo a más y mejor, recuperó tres de las seis barrigas que había perdido en su caso de enamoramiento. Sin embargo tomó otra decisión, no recuperaría las otras tres barrigas, de las nueve que había tenido, después de todo disfrutaba mucho sus visitas a los restaurantes y hoteles, comiendo con los amigos. Llegó a la conclusión de que No había mujer alguna que pudiera sustituir el placer de una buena y abundante mesa. Era preferible ser el Gordo Seis Barrigas, que el delgado saco de cueros flácidos. Y así siguió transcurriendo felizmente la vida de un gordo para el cual la travesía hacia la obesidad extrema encerraba toda la felicidad terrenal posible.
La felicidad tiene un significado diferente para cada persona, lo que para unos seres es el horror, para otros es la fuente de la dicha
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