Querida Sophie:

Hace ya tres lunas desde que no estamos juntos. A mí regreso, la vida en México sigue igual; estática y detenida. Hubiera pensado que las cosas después de dos años de ausencia han cambiado, pero para mi decepción, nada de esto es cierto, solo yo me he transformado. Estoy ansioso porque vengas a conocer la ciudad de México y te de una probada de la cultura, así como yo conocí tu Alemania y su historia. Aquí, a diferencia de tu país, se respira espiritualidad y comunión religiosa. Mi refugio es una tarde familiar para discutir prolíficos temas de historia y política de mi país.
El viaje de vuelta fue para mí doloroso por tener aún abierta la herida de nuestra separación. El clima húmedo de mi ciudad se llevó un poco la melancolía, pero tus recuerdos se me agolpan uno contra otro y no me dejan oír nada. Mi cabeza estalla en los sueños más salvajes que concebimos en la alcoba. Aquél perfume de tu aroma natural me quedó impregnado como idea propia del pensamiento. El erotismo en ti convive en intimidad con mi cerebro, y exalta el placer directamente hasta mi cuerpo. Me gustaba sentir tu humedad como rocío sobre la rosa. Después de cerrar los ojos a la noche sentía mi sangre latir tan fuerte que hasta me balanceaba. Tú, a lado mío, respirando sudor.
Ahora regreso para darme cuenta de que es en la escritura de estas cartas donde comienza la paciencia del deseo. Es un freno que mantendrá mi imaginación viva para construir la posibilidad de volvernos a ver. Mi trabajo me ha unido a ti y ahora me aleja. La historia no descansa.
Me llevo de ti tu aroma y las exquisitas melodías de aquél violín tuyo que me hicieron recibir a Beethoven como la cultura alemana misma.

Un beso a tu recuerdo
Mauricio.