Miriam arrugó en sus manos el garabato ilegible que había dibujado. No conseguía reproducir su propia firma y sin firma no podría cobrar el cheque del seguro. Sacó un nuevo folio en blanco. Parecía que ahora sí, que la mano, al fin, empezaba a obedecer y aquello ya se iba semejando a su firma.
Pero cuando sólo faltaba el último trazo, la mano de nuevo empezó a dibujar gaviotas.
Muchas gaviotas. Arrugó furiosa el folio.
Necesitaba cobrar el cheque, en casa no había vuelto a entrar dinero desde que hace un año
su esposo desapareció en alta mar.