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La vieja Camicha se sentaba en el patio donde pudiera recibir los rayos del sol. Con pericia de cirujano y con sólo una aguja quemada previamente con un fósforo, abordaba la pústula del pie hasta encontrar al pique, ese parásito que le penetraba la piel produciéndole ese maldito escozor. Venciendo el asco de mirar la secreción y el putrefacto olor que emanaba, nos sentábamos a escuchar sus historias que siempre tenían que ver con los muertos y que nos producían por las noches, terribles pesadillas.

Pasaron los años y mi padre enfermó de gravedad. Realicé un largo viaje para verlo y lo encontré aún vivo y pude atenderlo los dos últimos días de su vida. Con mi sobrina, que por esas cosas de la vida era casi de mi misma edad, estuvimos con él en sus últimos momentos, tentados de cerrar el oxigeno para evitarle esa agonía inútil, pero cobardemente nos contuvimos, hasta que naturalmente su cuerpo no resistió mas.

El fallecimiento se produjo a las 19 horas y 55 minutos. De acuerdo a las normas, como no había pasado las 20 horas, tenía que ser velado por dos noches consecutivas. El velorio se realizó en casa. Los familiares más cercanos vestíamos riguroso luto. Vimos desfilar durante las noches muchas personas de toda condición social y aunque nos satisfacía tenerlo un tiempo más con nosotros, fue muy poco lo que pudimos descansar durante esas largas noches. El dolor se hizo profundo cuando sacábamos las coronas y arreglos florales porque teníamos la casi completa seguridad que nunca volvería. Luego del sepelio regresamos a casa mi madre y mis hermanos, casi al mediodía. En el segundo piso estaban los dormitorios. El dolor había dejado paso al cansancio.

No sabía cuantas horas había dormido al despertar, pero a través de las ventanas se podía ver las estrellas. Me levanté a lavarme los dientes y el agua fresca con el que empapé mi pelo me hizo sentir mejor. Mi reloj marcaba las once de la noche. No habíamos almorzado por razones obvias y escuché en el primer piso ruidos de platos y cubiertos que ponían en la mesa y cajones que se abrían y cerraban. Al bajar las escaleras recordé a la vieja Camicha cuando contaba con la experiencia que le daban los años, que los muertos suelen regresar. Le creí un poco cuando me enteré que todos aún dormían y en el comedor no había nadie...

Texto agregado el 20-05-2008, y leído por 264 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-05-2008 Aún sin el "¿nadie?" del final, el cuento cumpliría su cometido. Das a la historia un toque de cotidianeidad desde el inicio, dándole la oportunidad al lector a que vaya hilando lentamente. Me ha gustado mucho tu cuento. Un abrazo ***** neus_de_juan
22-05-2008 Estupendo relato. Enhorabuena. Alejandro_1007
20-05-2008 MUY BUENO AMIGO, EL FINAL ES ALGO PREDECIBLE, PERO COMO TE DIGO SE NOTA EL RITMO, LA SINTAXIS Y EL OFICIO. UN ABRAZO! EMIHDEZ
 
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