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5:15 h. Media tarde en Toledo, a mi izquierda Bisagra, la puerta. A mi derecha, Santiago en su santuario, al frente una calle: El Arrabal. Recostada la cabeza en el asiento, intentando desdoblar las piernas entre el pedal del freno y el de aceleración; escuchando a Barber y su adagio, aspirando el humo de un ardiente cigarrillo al tiempo que bajo el parasol y degrado el cristal de la ventanilla para sentirme cómodo, y así poder conseguir que la espera no se convierta en desesperación; te he visto pasar.

En ese momento mi imaginación jugaba a confundir un carnicero que hábilmente descargaba una inmensa pieza de carne ensangrentada de un furgón (y que a modo de ganar fuerzas miraba hacia todos lados con ojos expectantes), con la figura de un asesino que trasportaba a su víctima con la cual se había empleado a fondo. Y mientras mi fantasía me hacía sentir testigo único de ese acto infame, has aparecido tú.
Aparentabas la prolongación de la carretilla que empujabas, formando tú y ella un ángulo recto, cómo si esa carreta y tú fuerais uno. Has cruzado la calle silencioso, retador . Pienso : El oficio de jardinero quema mucho, no debe de haber nada más irritante que pasarse la vida arrancando malas hierbas y verlas nacer de nuevo, frescas y lozanas a la mañana siguiente, (como si nada fuera con ellas) desafiando al verdugo que las amenaza con su azadón, erguidas y perfumadas por el relente matutino.

Te contemplo sin reparo, sé que me has visto pero me siento a salvo detrás de la armadura recién lustrada de mi coche. Te acercas y puedo verte mejor, eres un hombre espigado, moreno, de tez brillante. En tu juventud, no muy lejana, debiste ser distinguido, nada vulgar; pero ahora te noto vencido, derrotado. Te aproximas tanto al césped que rodea La Puerta, (esa que queda a mi izquierda) que pienso que aún te quedan ánimos para continuar con tu trabajo, ese que te he presupuesto por tu porte, por tu carreta verde: Plantador de savia, vigía de los colores, Custodio de la belleza.

Te dispones muy despacio, (casi con la parsimonia de un mimo) a sacar los utensilios de trabajo; pero no veo los azadones, no veo rastrillos. Es una manta lo que sacas, una tabla larga, dos jerséis ( con dos manchas enormes, por lo que alcanzo a ver), una caja de las que se utilizan para almacenar la fruta, (pero sin fruta) y un cartón de vino. Y comienzas a hablar solo, porque estás sólo. (miro a tu alrededor para asegurarme y confirmo que lo estás). Te enfadas y te sonríes, apoyas tus manos sobre las caderas y haces gestos de desaprobación , y yo, yo no salgo de mi asombro.

Desde mi asiento, que esta tarde he convertido en una oportuna y agradable localidad de cine, rebobino la película de tu vida y así logro verte en tu inocencia el día que tu madre te abrigó con sus brazos por primera vez y empezaste a combatir desnudo y sin defensas en el mundo. Y descubro en tí que siempre has cultivado la diferencia. Cuándo los demás jugaban a dar patadas al esférico, tú fantaseabas con patear las esferas, los cielos. Cuándo los demás buscaban la noche para retozar y divertirse, tu parrandeabas retando a las estrellas a duelo. Cuándo los demás sentaban la cabeza, tú te convertiste en culo de mal asiento. Cuándo el mundo te quiso imponer sus reglas, tú le diste la espalda por principio.

Desvío mi mirada fuera del patio de butacas de este cine de verano improvisado en otoño y todo toma forma. El carnicero, la señora que camina deprisa sujetando con fuerza su bolso y que no deja de mirar su reloj; las niñas de uniforme que bajan corriendo la cuesta desde el Miradero, los turistas arrebatados que van cargando su memoria de mundología, para quizás a su vuelta a casa, o cuando ya estén de vuelta de todo, descargarla frente a algún futuro conquistador de pocos años. El autobús de la línea “Zocodober-Benquerencia” que se ha parado en el centro de la calle, y su conductor, que me mira con cara de que me quiere mal porque ocupo el espacio que es suyo. La monja con su hábito azul y su cara de madre realizada. Y yo, uno más, el que espera. Y de pronto un escalofrío recorre mi espalda, todo se difumina y me siento confuso. Siento deseos de abrir la puerta de mi coche, de correr a tu lado para que tus ojos y tus aspavientos tengan interlocutor. Lo intento varias veces, pero la coraza que me cubre pesa demasiado; me siento incapaz de arrastrar este caparazón blindado hacia ti.
Noto lágrimas pesadas como mares muertos, que sin sollozos ni lamentos se deslizan por mi cara. En esta tarde otoñal, cuando el sol brilla en todo su esplendor y la luz no tiene la fiereza de los meses pasados y pareciera que cada cosa, cada objeto, cada forma, se desnude y revele su esencia más delicada, más bella, (casi con ostentación) creo que mi alma se llueve en un vano intento de aliviar la sequía de mi existencia.

No he hecho ningún intento consciente de sacudir la cabeza, pero el espejo retrovisor del coche delata ese gesto al tiempo que refleja la silueta juvenil de la mujer, que como una campanilla alegre, se acerca repiqueteando mil excusas. Entonces mis abstracciones se desvanecen, una gran sonrisa asalta mi cara; abro la puerta del coche y brinco hacia fuera liviano al primer intento. – Qué bien huele esta mujer, pienso mientras beso su rostro. Huele a flores, a rocío, a hierba recién cortada y a tierra húmeda y la introduzco atropelladamente dentro del auto, sin miramientos; quiero marcharme de aquí.
Miro mi reloj, debo de llevar horas esperando. 5:30 h. No evito la carcajada, otro reloj al cajón del olvido de la mesilla de noche, estos relojes modernos no saben medir el tiempo; para ellos lo eterno no dura más de un cuarto de hora.

Me marcho ya y en mi huída te dedico un último pensamiento: Si es duro y cuesta mantener una casa, cuánto más no debe serlo acarrearla a diario, de un sitio para otro como si de un caracol se tratara. Y como él vas dejando tu huella.

En esta tarde, en Toledo, al pie de un monumento atávico y solariego, me has manchado con tu babilla, has dejado tu rúbrica en mí; tardaré en olvidarte hombre caracol. Y mientras te miro en la lejanía y trato de soñar tus sueños y de descifrar porqué en los míos eras jardinero, me he incorporado ya a la glorieta que me catapulta a la carretera que me devuelve a mi casa, a la página de la historia que han escrito para mí, a mi vi

Texto agregado el 19-05-2008, y leído por 178 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
23-05-2008 lo he disfrutado enormemente.5* jardinerodelasnubes
21-05-2008 Buenisimo tú relato almamiapaz
20-05-2008 Muy bueno este relato, amigo, muy bueno. Gracias por la lectura. maravillas
19-05-2008 me encantó tu cuento. divinaluna
 
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