-¿Por qué hago esto?

Era una pregunta retórica, por supuesto; pero no resistí la tentación de responderle.

Porque te gusta, aloca y desespera esto- le dije; mientras con una mano me cogía la ingle.

¡Eres un imbécil!- replicó molesta y un poco llorosa; mientras giraba dándome la espalda.

No le tomé mucha importancia a su mohín, me concentré en las sensaciones que había sentido hace apenas unos minutos. Era una mujer bella, de piel suave, olor penetrante, y bastante fogosa, ¡qué delicioso es cachar con ella!

Es un chico muy bueno, comprensivo, no sé por qué hago esto si lo quiero- dijo casi susurrando.

La respuesta saltó de inmediato en mi mente: porque te aburres con él, porque todos necesitamos emociones intensas y porque la libertad, la falta de compromiso, es el mejor afrodisíaco. Bueno, no se lo dije, no quería contrariarla más.

No tienes que sentirte mal, si quieres no te vuelvo a llamar, ni a buscar y todo solucionado- le dije con el tono más serio que pude.

No, eso no- objetó presurosa; al mismo tiempo que acercaba sus labios a mi boca, para darme un profundo y prolongado beso.

Mientras nos vestíamos pensé en lo complicada que era ella, nuestra relación estaba bien como está, nos encontrábamos ocasionalmente y casi siempre terminábamos haciendo el amor, en la cama nos comprendíamos a la perfección, era una experiencia maravillosa para ambos, no sé por qué se quejaba, él nunca se enteraría de lo nuestro, porque éramos muy discretos, ella tendría amor y pasión; es decir, el paquete completo. Tal vez, pensaba en que nuestra relación cambiaría, en que se tornaría en algo formal; sin embargo, yo le había cerrado todas las puertas a esa posibilidad, eso de ser novios, convivientes o esposos, de ninguna manera iba conmigo.

Salimos del cuarto, llegamos a la calle, ella tomó un taxi y me despidió con un beso en la mejía. Di media vuelta y me dirigí a mi casa, al llegar abrí la puerta y ese extraño olor a guardado y enmohecimiento se apoderó de mis fosas nasales, me encaminé a mi cama y me tiré, cogí la almohada y la traje hacia mí y, sin ningún gramo de cinismo, me pregunté a mí mismo ¿Por qué hago esto?