Y hay veces que llueve,
y uno puede extender la mano
y la realidad se va deshaciendo
en gotas gordas y juguetonas.
Se puede oler la lluvia…
Cayendo del techo sobre tu cama,
sobre tu vida, cayendo del techo.
La lámpara cristalina gotea la luz,
que cae espesa, y se desparrama por el suelo.

Y se siente la fría lluvia,
que con un suave rumor recorre tus huesos.
Y en esos momentos, cuando te duelen hasta las aspirinas,
cuando el frío te da miedo del frío
y el rumor de las gotas traviesas
resuena en tu cabeza con el tronar del olifante,
te volteas y huyes esos interminables centímetros
hacia una tibieza entrañable
y la seguridad de unos ojos verdes…