El hombre en la banca de espera no servirá después de cuarenta y nueve partidos: estará exhausto de tanto haber imaginado ingresar al campo de juego; todos los goles a favor y en contra los habrá asumido como suyos. Cuando le den el pase ya no sabrá si impedir que la pelota entre al arco contrario, correr detrás, o abrazarse a ella llorando para que deje de rodar.
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Lo que llega tarde, llega muerto.
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Leo esto: “enviar cambios”; quizá todo consista en eso. ¡A enviarlos!
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El Sol se acerca a la Luna, pero no se queda para siempre con ella (quizá para evitar un eclipse permanente).
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La sonrisa es una batalla ganada, o quizá la batalla misma, la tensión opuesta. Lo normal sería estar triste.
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Días aburridos. Por la TV pasaban un filme sobre la vida de Jesús-niño. Hubo un momento en que unos hombres presos de los romanos salieron disparados, corriendo a cualquier parte. Uno de ellos había gritado: ¡Rebélense! Yo me estremecí, y también quise salir corriendo; pero, sin saber adónde, sólo atiné a llorar: alguna rebelión debe hacerme falta.
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La realidad no es real.
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Alguna vez me extraviaré por esos MALOS CAMINOS, pero no se culpe a nadie: no siempre se sabe cómo regresar.
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Extrañamos lo que no conocemos.
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f. me ha dicho: El valor se adquiere después del miedo, no antes.
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Hoy mentí: “Tengo 27 años”, dije. Pero me sentía como de 12.
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No sé estar.
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El pecado de la poesía es sangrar por heridas que nunca estuvieron abiertas.
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Tendré que agotar lo que no sé para decir mi única lección.
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Pensar, además de una tarea inútil, es ignorar el cuerpo. (Ojalá escribiera con la misma voluptuosidad de mis pensamientos)
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No pretendo.
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Si tu blanco es un objetivo móvil, intenta disparar siempre, por lo menos, a cinco metros de distancia de su ubicación actual: a la izquierda, a la derecha, arriba o abajo. Acertarás cuando el objetivo calcule bien tus coordenadas.
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