Paso muy rápido el tiempo, mi curiosidad se transformó en una bella tranquilidad…
Ya no salía, me convertí en un enorme gato, que pasaba sus días y horas mirando a través de la reja, esa calle infernal que por poco me deja sin patas.
No se cuanto fue, si un mes o muchos años, solo se que la garra de lo prohibido y peligroso me sedujo hasta volver a arriesgar mi corta existencia.
Aquella mañana, la gata del vecino me llamaba. Con ese aullido que tanto me entusiasmaba, partí a su encuentro.
Al llegar a la esquina de la calle, noté que un tremendo pedazo de perro, custodiaba la entrada de su casa.
Con gran preocupación, pasé largas horas intentando distraerlo para poder ingresar a la morada de mi amada, más la presencia permanente de aquel cuadrúpedo, me hizo desistir.
De regreso a casa, ya de madrugada, noté que Carlota, mi seductora vecina, se encontraba al otro lado de la calle, el lado prohibido, el lado peligroso. El lado al que nunca más debería cruzar….
Pero la ansiedad por sentir su ronroneo eliminó cualquier miedo y me dispuse a cruzar nuevamente aquella enorme y peligrosa calle llena de luces y vehículos que no daban tregua ni descanso.
No vi nada….no sentí nada…
Solo un frío me recorrió todo el pelaje…
Ya estaba al otro lado, si…
Ya sabía que nunca más volvería a cruzar….