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Mi felicidad se estaba convirtiendo en jubilo. La profesora aún no llegaba y yo deseaba con ansias que la hubieran descuartizado en trescientos cincueta y siete mil quinientos ochenta y un pedazitos. Desgraciadamente llegó, y lo hizo con su vos tan grave que ya parecía esdrujula. Sentí su mirada como la de un tigre hambriento acechando un pobre conejito indefenso. Me llamó de primeras y me hizo tal interrogatorio, que esa es la principal razón por la que hoy me encuentro en este sucio y absorbente manicomio. |
Texto agregado el 20-04-2004, y leído por 416 visitantes. (5 votos)
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