Sesenta años de fotografía.
10 de Abril de 1948:
Bogotá y en sí Colombia, se encontraba en el mayor punto de una convulsión violenta. La palabra Bogotazo retumbaba en las agencias internacionales de noticias, los telégrafos no paraban de titilar con la noticia del grito “Mataron A Gaitán” y la historia de una chusma enardecida entraba a las páginas de libros que desconocían por completo la ciudad yerma que era vigilada por una iglesia en su oriente, esto gracias al ataque que semejara al que otrora un pueblo burgués le hiciera a una monarquía finisecular, la diferencia es que acá la ciudad arquitectónicamente cambió por completo ahora yacía derruida.
Los escombros de casas humeantes a lado y lado de la carrera séptima, el barro fragmentado del adobe, el aroma a leña quemada que se combinaba con un fétido aroma mortuorio, las arengas gráficas en las paredes circundantes a la casa de gobierno no dejaban de pulular y el dictamen de toque de queda se empezaba a levantar lentamente a lo largo y ancho el territorio.
Por las calles bogotanas, mientras muchos hombres caminaban con carabinas robadas, hachas y machetes, deambulaba un desgarbado muchacho, de veintiocho años de edad con una cámara de 12 fotos bajo el brazo y un olfato agudo para buscar el lugar específico donde se producía la fotografía. Se había salvado el día anterior que lo lincharan por su fama de fotógrafo taurino; la turba, que destrozaba los negocios godos, que puteaba a las mujeres de los godos y mataba a todo aquel que tuviera aunque fuera una corbata azul a machetazos o palazos, por la sospecha de ser godo, pensó en atacar al desgarbado que les tomaba fotografías y trataba de congelar un instante para la memoria.
Manuel H Rodríguez era el desgarbado de la cámara, él recuerda cómo esa turba lo persiguió y al tratar de arrebatarle la cámara de las manos, le rompió la cinta de tela que se la sujetaba al cuello. Él mismo cuenta qué una voz de ángel gritó a lo lejos “déjenlo ese es Manuel H, el fotógrafo taurino”. Al unísono como si emanaran palabras las manos que lo sujetaban, lo soltaron.
Esa fama de fotógrafo taurino ya se la había ganado años atrás cuando presa de su afición a la fiesta brava se ubicaba fuera de las plazas de toros de madera, algún día le permitieron tomar fotos desde la arena y no tras las tablas, como pasó durante mucho tiempo en la plaza de toros del barrio Las Nieves. Son abundantes las fotos taurinas que tiene de aquella época, pero fue precisamente una foto que tomó en esa arena la que lo llevó a ser rescatado por el “ángel”.
Fue la foto que le tomara a Manolete mientras levantaba el capote por encima de un toro cachicorono.
Foto, que con el tiempo se hizo famosa en diarios de América y España, - mucho más, eso sí, cuando Manolete murió en una mala corrida - . Pero la foto aún intacta mostrando la cara fría y calculadora del matador blandiendo el capote en lo alto, habla, habló y hablará de la magnanimidad de Manolete, ese que un día viniera al barrio Las Nieves, con el único fin de que lo inmortalizarán.
Volviendo a Bogotá, esa del 10 de Abril de 1948, la del humo y los destrozos y la del desgarbado Manuel H, empezaba a volver a una tensa calma, ahora, era por él recorrida en su periferia, en busca del cementerio central, - que hoy no es muy lejos de lo que actualmente es su estudio y museo -, en busca de algunas fotos. Manuel H como en un campo de concentración nazi hacia esfuerzos para no maltratar los cadáveres casi mutilados y fallecidos por golpes que les diera la chusma y que abundaban en el barrio de los acostados por montañas nauseabundas sobrevoladas por moscas, él tomaba una que otra foto para su colección personal, pues su trabajo de tipógrafo y una no relación con casas editoriales no le permitirían publicar lo que sus ojos palpaban.
Caminando entre los muertos como en una historia dantesca u odiseíca se encuentra con un cuerpo maltrecho, completamente desnudo, una corbata anudada al cuello, una cicatriz que unía la horizontalidad de sus parpados y un rostro irreconocible ya sin rasgos, como si con papel de lija lo hubiesen tratado de borrar de la historia.
Manuel H mismo cuenta que, apresuradamente llama a un par de médicos forenses que estaban en el cementerio y tras un rápido cotejo de huellas dactilares se descubre que el cuerpo en mención es el del asesino del líder Liberal.
El cuerpo es observado por los forenses y al levantarlo del churumbel de pelo por el que fue arrastrado por la vía del tranvía, es el momento preciso para que Manuel H, le tomara la fotografía (fotografía que por fortuna es a blanco y negro, y es la) que mejor refleja el rostro, foto que gira por el mundo como el asesino y la que inicia a Manuel H, en lo que él mismo llamaría como el reportaje grafico.
En ese mismo lugar, luego de soltar el obturador y correr el negativo de la foto ya tomada, es el preciso para conocer a Felipe González Toledo, que a partir de ese momento se hace su llave en el oficio del periodismo que empezaba para el desgarbado. Las publicaciones en el Tiempo y en el Espectador no dejaban esperar, también los pases irrestrictos a los eventos más importantes, pases de lujo con la leyenda de prensa, y que hoy reposan como una manotada de corbatas en desuso.
1948-2008
Presidentes, dignatarios - que en este país son pocos y a los pocos que hay, nadie los conoce -, deportistas, reinas, periodistas, escritores, artistas, cantantes, gente importante y otros que son más importantes han pasado por el lente de Manuel H, las viejas cámaras de 12 fotos y aquellas que necesitaban de un bombillo para cada imagen junto a una cámara rosada con un calcomanía de la Barbie, una Canon, entre otras, se han jubilado ya, hoy hacen parte del museo que se erige en su estudio ubicado a cinco casas al sur del Teatro Jorge Eliecer Gaitán. El mismo Manuel H se refiere al tema: “Estamos en la etapa de la cámara digital, la que toma más de 50 fotos, que es automática, que permite edición y tiene zoom”, esto último un fracaso absoluto porque ahora se toman las fotos desde distancias abrumadoras y el impacto que sólo da la vivencia del momento se pierde.
En su museo comparten las paredes: Galán, Gottardi, D´Stefano, Roa Sierra, Manolete, Pacheco y Cantinflas de toreros, John F Kennedy, Franklin D Roosevelt, Mameca, Lleras Camargo, Mutis, Ingrid recién casada, Yolanda Pulecio de Reina y hasta el maestro Omar Rayo que casi nadie identifica porque su rostro es el de un desconocido y está en las paredes del recinto. El incalculable archivo fotográfico de Manuel H, tiene una historia para cada elemento, cada historia daría para escribir una novela, cada foto le asegura a Manuel H que fue un acierto el haber cambiado su profesión de tipógrafo por la de fotógrafo y aun sin estudio alguno de la percepción de la imagen o la teoría del color, sabe cuales fotos son las que más le gustan, como la de la inundación del rio San Francisco, que muestra al viejo y mítico café Automático como un observador de la Venecia que pareció la ciudad por una crecida o la de la Rebeca que refelja las torres de Salmona y se ve igual derecha o invertida.
Manuel H, es ahora un veterano de mil batallas, con ochenta y ocho años de edad, un cabello rizado y completamente blanco, la memoria de un elefante que no olvida anécdotas, nombres o edificios, la sonrisa cándida que da una buena vida en la ancianidad, un oído izquierdo cansado de escuchar el obturador, una mano derecha que vuela para agitar el papel fotográfico entre el ácido revelador, él es un topo en lo alto y estrecho de su zarzo nunca olvida donde está el negativo que necesita. Él, no se olvida que en ese viejo edificio del centro donde, un crítico literario se vería en calzas prietas para definir el tiempo, él es la Medusa, él ha congelado el tiempo y el tiempo lo ha congelado a él.
Javier Riveros.
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